martes, 18 de diciembre de 2018

EN DIOS NO HAY COINCIDENCIAS NI CASUALIDADES, HAY PLANES

 El Padre Celestial, dador de vida, es un Dios de orden, que se sienta a diseñar planes para el cumplimiento de cada uno de sus pactos en pro del ser humano, pues es un Dios totalmente ordenado que trabaja en equipo. Nada deja al azar ni a la casualidad. 
Como creador, lo vemos en la Biblia, en los primeros capítulos del libro de los principios, Génesis, siguiendo un orden para la creación de cada elemento del cosmos, según su prioridad, con toda calma y pasión, sin violentar ningunos de los pasos del plan que había diseñado con anterioridad y siguiendo uno por uno sus objetivos, cada uno dentro del tiempo previsto.  

Lo primero que vio fue que la tierra necesitaba ser iluminada, ya que todo estaba envuelto en tinieblas y muy desorganizado, para luego poder meter dentro de su orden todo lo que había sido desarreglado, antes de meterse de lleno en la creación de los elementos que les hacían falta. Por tal razón,  su primera actividad fue separar la luz de las tinieblas, pues, su meta era preparar un escenario perfecto de acogida a su principal objetivo, la creación del ser humano, su gran obra maestra, fin último de todo lo creado, en quien depositaría todo el amor que tenía acumulado para darle.
Todo lo hizo bueno y perfecto: el universo con sus leyes inquebrantables, la colorida y hermosa natura siguiendo su ciclo de vida de estación en estación en cada una de las criaturas creadas; el hombre y la mujer perfectos, puros, inocentes y sanos, muy parecidos a Él, para que, con respeto y sometimiento a cada uno de sus mandatos, principios y leyes, subyugaran la tierra y la llenaran con el fruto de sus vientres; la disfrutaran al máximo y vivieran para siempre, dándole toda honra y gloria a su creador y correspondiendo, con alegría y gozo de corazón, al gran amor que les daba.     
Pero no todo sucedió como lo había planeado. El hombre y la mujer que creó con tanto amor y esmero, usando sus propias manos, tomaron la decisión de caminar en direcciones opuestas a las de su amoroso creador, ya que les dio la total libertad para tomar sus propias decisiones. Pretendía que, todas las elecciones que tomaran, lo hicieran por amor a Él en plena libertad. 
Estos violentaron la relación íntima que tenían con ÉL, y con esta rotura quebrantaron todos los beneficios que esta gran amistad les brindaba, al desobedecer la única condición que les había dado, a fin de que no murieran y volvieran al polvo del que los había hecho. Esta ordenanza era encilla, pues  consistía simplemente  en no comer del árbol prohibido que estaba en medio del huerto (un fruto real no simbólico). De todos los demás podían comer, que eran más y de todas la variedades, también muy atractivos  a la vista. 

Aquel árbol tenía el germen del conocimiento del bien y del mal, que no estaba muy distante del llamado árbol de la vida, del que sí podían comer y convertirse en inmortales (Génesis 2:15-16; 3:1-6, 24), pues su fruto llevaba el germen de la vida eterna. Pero éste nunca atrajo la atención de Adán y Eva, como es común en todos los individuos de todas las épocas,  dejarse llevar siempre por todo lo prohibido e inclinar su alma a hacer el mal. Prefirieron prestarle atención al árbol de la muerte y comer de su fruto, por lo que un  dia tuvieron que volver a ser polvo.  
Influyó más en ellos la avaricia, la codicia y la glotonería del opositor de Dios, Satanás, quien los engañó con sus mentiras, al insinuarles que Dios era un mentiroso, porque si comían del árbol no iban a morir sino que serían igual a Él, en el conocimiento del bien y del mal, que el amor tierno e intenso que el Creador les había entregado. Y de esta manera se vendieron así mismos al pecado, y junto a ellos, entregaron a la humanidad por sus generaciones, presentes y futuras, condenándolas a la muerte espiritual, física y eterna.  

Pero como el Creador es un Dios amoroso, fiel y misericordioso, que guarda la esperanza de recuperar aunque sea en los últimos tiempos esa intimidad que tenía en Edén con el ser humano, en el mismo acto de la desobediencia de Adán y Eva, les hace la promesa de que del vientre de una mujer vendría a la tierra una criatura (Génesis 3:15), el Mesías (Cristo), en forma de hijo de hombre, que sería llamado Hijo de Dios, y que éste le daría un golpe mortal a Satanás en la cabeza, a fin de rescatar de la muerte a  todos los que creyeran en él y le recibieran como su salvador y señor, pudiendo volver a amistarse íntimamente con el Padre Dios (Juan 3:16) a través de su entrega voluntaria a la  muerte de cruz, como pago por el rescate de la humanidad perdida. 
Inmediatamente de la salida de Adán y Evan del paraíso, lugar que habían recibido por hogar, el Creador, como el Dios de planes que es, da inicio al plan de salvación que ya tenía de ante manos elaborado por si el hombre tomaba la decisión incorrecta.  

Y al paso de los tiempos, dentro del orden correspondiente, escogió a Abraham, un idólatra (adorador de muchos dioses), para bendecir en él a todas las familias de la tierra por sus generaciones, pues, su descendencia sería incontable. Este era un hombre muy anciano, que a sus cien años  de edad no había tenido hijos con su esposa Sara,  solo uno, Ismael, con la sierva de ésta, porque era estéril y tenía  diez años menos que él (Genesis 17:1-27).  Y era obvio que ya no viera su menstruación. Y el pacto la involucraba a ella. 
¿Qué posibilidad había de que una pareja en esas condiciones pudiera engendrar un hijo? Ninguna, según la razón humana. Pero como para Dios no hay límites ni nada imposible, dentro del tiempo planeado, la viejita Sara concibió y dio a luz a su hijo único, Isaac; y de éste nacieron los gemelos Esaú y Jacob, también de una mujer estéril, llamada Rebeca (Genesis 25:21-24).  Este último fue el elegido por Dios para cumplir en Abraham su promesa.
Jacobo tuvo doce hijos en cuatro mujeres: dos esposas que eran hermanas de sangre, Lea y Raquel, y la sierva de cada una.  De estos hijos surgieron doce grandes pueblos que constituyeron la nación de Israel, y de uno de ellos, de la tribu de Judá (el tercer hijo que tuvo con Lea) (Génesis 29:21-35)), nació el Hijo de Dios, un descendiente de los levitas. Dios convertido en hombre, saliendo por la vagina del vientre de una mujer virgen, quien había quedado embarazada sin haber tenido nunca relaciones sexuales con hombre alguno,  cosa también imposible para el humano, miles de años después del pacto hecho a Abraham (Lucas 2:1-52). 
El Cristo llegó a este mundo tal como el Creador lo había prometido en Edén,  y tal cual lo habían profetizado todos los profetas del Antiguo Testamento, cumpliéndose con exactitud hasta el más mínimo detalle prescrito en el plan de Dios, sin violentar el tiempo cronometrado para cada acontecimiento de su primera venida y la puesta en ejecución del plan de salvación, porque en el Padre Celestial no hay coincidencias ni casualidades, sino puros planes (Isaías 7:14; 9:6-7; Lucas 2:6-7). 
Jesucristo vino a rescatar lo que se había perdido en el huerto Edén y a constituir el verdadero pueblo que su Padre Dios había soñado, y  a darle fiel cumplimiento al pacto con Abraham, cuando le dijo que en su simiente  serían benditas todas las naciones de la tierra. Cristo es esta simiente (Gálatas 3:8-9), y todo el que es de Cristo por medio de la fe, pertenece al linaje de Abraham, por tanto es heredero de la promesa (Gálatas 3:29).
 Y con la llegada del mesías prometido, su vida y sus hechos en pro del rescate de la humanidad a través de su sacrificio de sangre, porque por un hombre (Adán)  entró la muerte a todos los seres humanos hasta hoy, entonces, por otro hombre tenía que entrar la resurrección, se cumplió la promesa hecha a Abraham. 

Y este hombre es Jesús ( 1 Corintios 15:21), Enmanuel, Dios con nosotros, el Principado. Aquel engendrado por el Espiritu Santo en el vientre de María, llamado también Hijo del hombre, quien, al cumplimiento total del plan de salvación, murió y fue sepultado, pero al tercer dia resucitó a vida eterna, presentándose ahora como el Árbol de Vida del huerto, con la finalidad de que todos los hambrientos vayan a él y coman, y puedan resucitar a vida eterna cuando él regrese.    
Y  ésta no es la única dádiva que recibe  el y la creyente cuando por fe acoge este tan apreciado regalo de Dios, sino que a la vez,  es resucitado de la muerte espiritual juntamente con Cristo cuando se decide a morir al pecado y a ser juntamente con él sepultado en las aguas del bautizo del arrepentimiento, y resucitado al salir de ellas a una nueva vida, con la disposición de recorrer el mundo de la santidad, porque sin ella nadie podrá ver jamás a Dios y amistarse íntimamente con ÉL (Hebreos 12:14).  Y de esta manera dejar de ser una criatura de Dios para convertirse en su hijo adoptivo, coheredero juntamente con el Señor Jesucristo del reino de los cielos y vivir eternamente con él, disfrutando de su gloria (Romanos 6:3-8). 
Cada criatura de Dios viene a esta tierra a cumplir una misión ajustada a los planes de él. Nada ni nadie llega al azar ni por la casualidad. Todo está fríamente calculado, como diría el famoso Chapulín Colorado, siglos antes de suceder. Cada ser humano es ideado por Dios mucho tiempo antes de nacer del vientre de su madre. Cada uno para una misión especial, con la posibilidad a su alcance de formar parte del pueblo de Dios a través de la fe en su Hijo Jesucristo.
Nunca el propósito de Cristo fue dividir la tierra en diferentes partidos políticos-religiosos, como siempre ha sido y como lo vemos hoy, un montón de religiones que, en vez de mantener unida en amor y respeto a la humanidad, la mantiene separada en una lucha de intereses particulares, odiándose unos a otros y creyéndose los preferidos de Dios, tanto el uno como el otro. Jesucristo no es una religión. Jesucristo es la resurrección y la vida y nadie podrá ir al Padre Dios sino es a través de él. Pues, él es el único camino, la única puerta de entrada, la única verdad y la gran esperanza de vida eterna (Juan 14:6). Fuera de Él solo hay muerte.     
El pertenecer a una religión, llámese como se llame, no llevará a ninguna persona al reino de Dios, no importa lo mucho que haya hecho en su nombre tratando de agradarlo (Mateo 7:21-22). Una relacion íntima y personal con ÉL es lo que espera de los hombres y las mujeres de todos los tiempos.

 Su único anhelo es que nos acerquemos a él con corazón puro y manos limpias, y que le adoremos en la hermosura de nuestra santidad (Salmo 29:2). Que nos acerquemos con confianza por medio de su Hijo Jesucristo (hebreos 4:16), mientras perdure el tiempo de encontrarlo (Isaías 55:6), porque vendrá el día en que las puertas de los cielos serán cerradas para siempre y no habrá más oportunidad. 

Por eso hoy es el tiempo, y hay tiempo para hacerlo (Eclesiastés 1:1-3).  Aún queda un poco para decidirse por la vida. Aprovéchalo, si es que todavía no te has decidido. Date prisa, pues falta muy poco para que la puerta de entrada se cierre para siempre. Este no es un llamado a pertenecer a una religion, sino, a alcanzar la misericordia de Dios y convertirse en su hijo o hija adoptiva/o y heredero de su gracia divina.  
La segunda venida de Cristo a la tierra le pondrá fin a los tiempos del plan de salvación. Este acontecimiento sucederá tal como está escrito en las Santas Escrituras, señalado para los tiempos finales, que hoy ya llevan más de dos mil años que iniciaron y estamos dentro de ellos, desde el día en que él retornó en una nube al lado de su Padre después de su resurrección, donde vivía antes de venir a la tierra, ante los ojos de todos sus discípulos (Hechos 1:1-11).  

Y de la misma manera en que se cumplieron todos los pormenores profetizados desde el inicio de los tiempos en el huerto Edén hasta el dia del  regreso del Hijo de Dios al reino de su Padre, de donde había descendido hacia la tierra, dejando a un lado toda la gloria que tenía en él, para convertirse de un ser inmortal a uno mortal y sufrido, a fin de redimir a la humanidad, así será su segunda venida. Todo se cumplirá a su tiempo, y ahora estamos más cerca que nunca, según nos dicen los acontecimientos (Mateo 24:1-22).
Así como fue su nacimiento silencioso y sorpresivo, cuando sólo una humilde y pobre familia de Belén de Judá lo estaba esperando, así será también su segunda venida, de sorpresa y menos esperada. Esta vez no dejará a un lado su gloria. Bajará a la tierra con todo su esplendor y poder, como Rey de reyes y Señor de señores. El primer resucitado de los muertos. El gran triunfante cubierto de gloria y resplandor divino.   

Pero antes de este acontecimiento, se reunirá en las nubes con  su amada y santa Iglesia a celebrar las bodas del cordero con todos los perdonados y lavados en su sangre, los cuales serán antes transformados en un nuevo cuerpo y vestidos de blanco: primero los muertos, los  que duerme en espera de ser resucitados en la primera resurrección, y luego los que estén vivos en el momento, para ser arrebatados hacia la nubes a encontrarse con su Amado. Todo sucederá  en un abrir y cerrar de ojos, al sonido del toque de una trompeta y a la voz de mando, sin alertar a los renegados de la fe (1 Tesalonicenses 4:16-17)

Luego, Jesucristo, aparecerá junto a su iglesia en las nubes del cielo, con gran majestuosidad, ante la mirada de asombro y de espanto de los ojos de cada humano viviente de los cuatros puntos cardinales del globo terráqueo. Aquellos  que fueron sellados por la bestia. Todos mirándolos al mismo tiempo, en el mismo momento del acontecimiento (Apocalipsis 1:1-7). 

Después, bajará a la tierra con todos los redimidos a instalar su eterno reinado y gobernar durante mil años  a todas la naciones del mundo (Apocalipsis 20:4-6), como muestra de cómo hubiese sido el mundo si la humanidad completa se hubiera sometido en todo a Jehová Dios (YAHWEH ELOHIM), y cómo iban a disfrutar  siempre del único y verdadero gobierno de amor y paz, aquel que les ofreció en el principio y lo rechazaron,  el que más luego fue profetizado por el profeta Isaías (Isaías 65).  
Después de cumplidos estos mil años, vendrá el juicio final, donde los muertos de todos los tiempos que no creyeron en Jesucristo, grandes y pequeños, resucitaran (segunda resurrección), para comparecer ante el gran Trono Blanco de Dios, a fin de ser juzgados por cada una de las cosas que hicieron y por las que dejaron de hacer mientras estuvieron en esta tierra. Hechos que están escritos, con todos sus detalles, en un gran libro, que ese día será abierto en presencia de  todos los acusados. Estos son los que no apreciaron inscritos en el Libro de la Vida.
El único objetivo de este juicio es para que éstos vean que Dios, su creador, es justo y que no quería que nadie se perdiera. Y a la vez sepan que ÉL es fiel cumplidor de cada una de sus promesas, y que son condenados a muerte eterna en el lago de fuego ardiente por sus propias decisiones, no porque al Él se les había antojado (Apocalipsis 20).   
La gran y única verdad de la humanidad es que cada individuo o individua, de toda raza y lengua, estatus social, grandes y pequeños, ricos y pobres, que pasemos por esta tierra, somos  peregrinos enviados por Dios a cumplir una misión especial y que un día debemos volver ante su presencia a rendirles cuentas de cada uno de nuestros hechos mientras estuvimos aqui en la tierra. Esto no es un cuento de hadas, es la única y verdadera realidad de toda la historia de la vida del ser humano. ¡Qué sorpresa les espera a todos los incrédulos!
Si el talento que le dio para que lo pusiera en ejecución al servicio de los demás, lo enterró sin antes producir ningún tipo de fruto, y junto a esta acción obvió las condiciones establecidas para vivir eternamente y que además, no se decidió a comer del pan de vida (Cristo), puede estar seguro o segura que por su propia decisión será lanzado al lago del fuego eterno, como castigo a su desobediencia (Mateo 25:14-30). 
Y esto es lo que muchos no creen y ponen siempre bajo las dudas. Algunos alegan que Dios es amor, y que por tal razón no es posible que nos dé tan cruel castigo, porque Él ama a todos los seres humanos, buenos y malos, ya que todos  son sus hijos por naturaleza, y el es un padre muy amoroso. Y si llegara a hacerlo es porque es malo. Y debido a este razonamiento, nunca buscan la manera de salir de su ignorancia espiritual. Guardan la esperanza de su perdón por amor cuando mueran. 

 Pero los que piensan de esta manera, nunca han leído lo que dice Las Sagradas Escrituras (La Biblia), que, así como Dios es amor (Juan 4:8), es también celoso y fuego consumidor, (Deuteronomio 4:24; 30:30). Que cumple al pie de la letra cada una de sus promesas, tanto las que son de bendiciones para los obedientes, como las maldiciones para los desobedientes. De esto dio muestra cuando bendijo en varias ocasiones a los israelitas, su pueblo escogido, por su obediencia, y en otros momentos, castigándolos por sus tantas infracciones (Deuteronomio 28 y 29).
 Otros dicen que el castigo de la muerte eterna en el infierno es un mito, una fábula o un cuento de camino  para que los tontos e ignorantes y pobres vivan siempre subyugados bajo la autoridad de los mas influyentes, satisfaciendo todos sus caprichos. Pero  ignoran  que pronto se llevarán la más espantosa sorpresa de su vida, donde lamentarán el haber nacido y  desearán que la tierra se los trague vivos, pero  ni para esto ya no habrá tiempo., porque buscaran la muerte y esta huirá de ellos (Apocalipsis 9:6). 
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.  Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios.  Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia (Efesios 5:1-6).

¡Imposible no verte!