martes, 4 de septiembre de 2018

BREVE RESEÑA HISTÓRICA DE LA CELEBRACIÓN DE LA CENA DEL SEÑOR


La celebración con frecuencia de la Santa Cena mantiene vivo el recuerdo del gran amor Dios hacia la humanidad y la entrega incondicional del Señor Jesucristo, a fin de pagar el precio del rescate de todo ser humano con su propia sangre. 
Esta celebración es nuestra pascua, una Ordenanza solemne de gran compromiso y seriedad, instituida por el mismo Señor Jesucristo la noche que fue entregado. Y como tal, hay que participar en ella con pleno conocimiento de sus demandas y con el respeto requerido; no sea que seamos culpables del cuerpo y la sangre de Cristo (1 Corintios 11:27). No es un acto para cumplir solamente con el mandato ni para demostrar nuestra fe cristiana. Es la manera de recordar que somos nuevas criaturas en Cristo, que debemos vivir por ÉL y para él, y no bajo la esclavitud del pecado.  
Es un acto sagrado constituido por el mismo Señor Jesucristo, que simboliza un echo pasado y un acontecimiento fututo, pues, se celebra en su memoria compartiendo pan sin levadura y vino, como símbolos de sus padecimientos y entrega voluntaria a la muerte por todos los pecadores del mundo. El pan sin levadura simboliza una vida pura, libre de pecados.
Su objetivo es mantener vivo en los creyentes el recuerdo de su nuevo pacto sellado con la sangre que derramó en la cruz, por el rescate de la muerte espiritual y eterna del ser humano que creyere en Él; y a la vez, para tener presente que, así como todo lo que estaba escrito sobre Él se cumplió, de la misma manera se cumplirán todas las profecías sobre su retorno en las nubes, por lo que debemos estar preparados y atentos para recibirlo.
Como el Bautismo, la ordenanza de la Cena del Señor ha sido mal interpretada por algunos grupos religiosos, especialmente, en el uso de los elementos del pan y el vino. Las referencias sobre este mandamiento se encuentra en el Nuevo Testamento, en los evangelios de Mateo 26:17-30, Marcos 14:12-26, y Lucas 22:7-20; también  en 1 Corintios, en donde la Iglesia de Corinto estaba siendo reprendida por el apóstol Pablo, por la manera en que ellos estaban celebrando la Cena del Señor, ya que comían con glotonería y se emborrachaban con el vino (1 Corintios 10:14-22 y 11:17-34).
En la era de los inicios de las iglesias apostólicas, la Cena del Señor era una celebración totalmente diferente a como la celebramos hoy, según podemos leer en 1 Corintios 11:17-22.  Antes de compartir el pan y el vino se comía carne asada de un tierno cordero  sin defectos con pan sin levadura y hierbas amargas, como estaba ordenada la celebración de la Pascua en la ley de Moises. Aunque hay exégetas bíblicos que dicen que esta última cena del Señor no era la celebración de las Pascuas, Pero, Lucas inicia su narrativa sobre este evento, diciendo- “Llegó el dia de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua. Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la comamos (Lucas 22:7-8).
En el siglo II fue cambiando la forma de este ritual. La iglesia cuando se reunía a celebrar este acto lo hacía con sólo pan sin levadura y vino, pues entendía que el cordero ya no tenía que ser sacrificado, pues, el cordero en la celebración de las Pascuas era una tipología de Cristo, que representaba su muerte por la expiación de los pecados, y este hecho ya había sido cumplido (1 Pedro 1:19). El obispo encargado de conducir el acto bendecía los elementos antes de compartirlo; ritual que se asemeja a lo que hacemos hoy.
Pero en el siglo XI, según narra Castner, Garry (2012) en su artículo “La Ordenanza de la Cena del Señor”,  la iglesia de Roma enseñaba que el pan y el vino, al ser consagrados, se convertían literalmente en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre, dejando de ser pan y vino corrientemente, apoyándose en las palabras de Jesús cuando dijo, refiriéndose al pan, “este es mi cuerpo que por vosotros es entregado, y esta es mi sangre que por vosotros es derramada”, refiriéndose al vino, a lo que ellos le dieron el nombre de la consubstanciación.
 Mas tarde, en el año 1215, en el cuarto concilio de Letrán, el Papa Inocencio III, declaró esta errónea interpretación bíblica como un artículo de fe, alegando que de esta manera Cristo se hacía presente físicamente en la iglesia.
Entonces, este artículo de la Ordenanza de la celebración de la Cena del Señor se convierte en una doctrina, hasta que Martín Lutero en su reforma reniega de que el Señor se hiciera presente físicamente a través de estos elementos para ser crucificado nuevamente. Aunque mantenía que “el pan y el vino permanecían esencialmente sin cambios, pero que misteriosamente el cuerpo y la sangre de Cristo estaban “en y bajo” esos elementos.
La observación de Lutero es una interpretación entre lo literal y lo figurativa de las palabras pronunciadas por Jesucristo, pues, argumentaba que las palabras debían tomarse literalmente en el sentido de que quien tomaba el pan y el vino comía realmente la carne del Hijo de Dios y bebía su sangre, pero que no había ninguna transformación en estos elementos. Permanecían siendo pan y vino común y corrientemente. 
Las iglesias cristianas evangélicas creen que el Señor Jesús en su declaración está usando un lenguaje figurativo que se llama metáfora, como acostumbraba a usar con frecuencia en sus enseñanzas. Por ejemplo, Jesús le dijo a Juan en la revelación del Apocalipsis- “...Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (Ap.22:16). 

Si tomamos literalmente esta expresión y la aplicáramos, estaríamos adorando al planeta Venus, ya que este es el atributo que le han dado a esta divinidad griega, "estrella resplandeciente", y a la vez afirmaríamos que la presencia mística de Cristo está en dicho planeta. Pero, si lo tomamos   metafóricamente nos damos cuenta de que Jesucristo nos está ilustrando la gloriosa verdad de su segunda venida.
Entonces, el dicho de que “esto es mi cuerpo”, significa que el pan representa su cuerpo, y “esta es mi sangre”, significa que el fruto de la vid representa su sangre y que son símbolos metafóricos únicamente, jamás su cuerpo ni su sangre literalmente, como lo enseñan los que creen en la doctrina de la consubstanciación.
 Castner concluye su artículo argumentando que, al usar la figura de comer y beber, el Señor Jesucristo nos insta a aceptarlo en su vida y su muerte, de manera definitiva y personal, para tener así la vida eterna.
 No es usar esta ceremonia como una manera de recrear su muerte y nada más, sin ningún resultado en nuestras vidas. Debe llevarnos a recordar nuestro compromiso ante la aceptación de su nuevo pacto sellado con su sangre derramada en la cruz.
Es la manera de tener presente que juntamente con Cristo hemos sido crucificados y resucitados a una nueva vida, a través del nuevo nacimiento en agua y espíritu, ya que es la única manera de entrar en el reino de los cielos (Juan 3:5).
La muerte de Cristo fue suficiente, una vez por todos. La repetición de sacrificarlo en cada Santa Cena es una negación de la obra que fue terminada en la cruz, una vez y para siempre. Este debe ser un momento para recordar lo mucho que padeció por culpa nuestra, a fin de que encontremos en su muerte el perdón de nuestros pecados y nuestra reconciliación con el Padre. Es la manera de renovar el pacto de nuestra justificación por medio de la fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.







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