domingo, 3 de mayo de 2020

Hay que nacer de nuevo para relacionarse con Dios

En la época de Jesús había un hombre del partido de los Fariseos[1] llamado Nicodemo. Una persona muy importante entre los judíos, ya que era el gobernador de Judá y miembro del Sanedrín[2]. Una noche, narra Juan en su evangelio (3:1-21), decidió visitar a Jesús porque tenía curiosidad de saber quién era él, debido al auge de su fama entre los judíos por las cosas que estaba haciendo en favor de los más necesitados.

Cuando ambos estuvieron frente a frente, Nicodemo inicia su conversación con un alago por los milagros que estaba haciendo en Judá, para luego caer en la pregunta que en realidad fue hacerle. Le dice:  - “Rabí[3], sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer los milagros que Tú haces si Dios no está con él”. Jesús le contesta con una advertencia que no guardaba relación con las palabras de este fariseo – “En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”.

Según la respuesta de Jesús, aunque el evangelista Juan no lo explicita en sus escritos, podemos deducir que el objetivo principal de la visita de Nicodemo, un estudioso de las Escrituras y de las tradiciones judaicas, era saber cómo se podía ver el reino de Dios, ya que tanto Jesús como Juan el bautista, anunciaban que el reino de los cielos se había acercado a la tierra. Entontes, la pregunta que estaba ardiendo en la mente de Nicodemo podría ser- ¿cómo es posible ver el reino de los cielos desde la tierra?

Jesús, en su naturaleza cien por ciento divina, que conoce los pensamientos de los seres humanos antes de que éstos lleguen a su mente, porque Él es Dios (Lucas 5:22), le responde su pregunta que aún no le había hecho, con una verdad irrefutable: :”Hay que nacer de nuevo para ver el reino de los cielos” (Juan 3:3) -  como queriéndole decir; - Oye, si tu no naces de nuevo nunca podrás ni ver ni mucho menos ir al reino de Dios, porque el mucho conocimiento no te llevará a él.

- Pero ¿cómo es posible, si soy un hombre religioso, conocedor de las Escrituras y guardo todos los mandamientos desde mi juventud?  ¿No soy un hombre de Dios y creo en él?  ¿Cómo es que ahora tengo que volver a nacer para ver el reino de Dios? ¿Y de qué manera puedo volver al vientre de mi madre siendo ya grande?

Es posible que este bombardeo de preguntas estuvieran dando vuelta en el cerebro de este fanático de la religión judía. Podemos ver esto como una posibilidad, ya que es normal que un erudito bíblico o algún predicador experimentado de la Palabra de Dios o un creyente fiel con muchos años en el ejercicio de su fe, si Jesús u otra persona versada en la Biblia le dijera que para ir al cielo tiene primero que nacer de nuevo, estas serían las preguntas que como un relámpago llegarían a su mente. 


Entonces, siguiendo el hilo de su diálogo con el Maestro, le hace la pregunta clave que cualquier humano le hubiese hecho en su caso: - ¿Cómo puede un hombre nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?  (Juan 3:4)

Jesús sigue insistiendo en su advertencia: - “En verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.  Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te asombres de que te haya dicho: tienen que nacer de nuevo. El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu” (Juan 3:5-8)

Con esta profundas y filosóficas palabras sobre el viento, Jesús le está diciendo a Nicodemo, que, así como él escucha el sonido del viento y lo puede sentir en su piel, sin verlo, ni saber de dónde viene ni hacia dónde va, que sopla por donde él quiere; y que, aunque lo intentara no podría explicarlo; pero sí podía dar testimonio de su existencia. Así son las cosas del Espíritu. No podemos explicarlas, pero sí sentirlas y ver sus obras. Aunque no lo vemos, pero si podemos sentirlo obrando dentro de nosotros.

Luego, encontramos a Juan, a quien todos llamaban el bautista, porque bautizaba en las aguas del rio Jordán para el perdón de los pecados, a aquellos que mostraban arrepentimientos, diciéndoles que él los bautizaba en agua pero que detrás de él venía uno, que era primero que él, y que él no conocía, que los iba a bautizar en Espíritu y fuego (Mateo 3:11).

Jesús le estaba explicando a Nicodemo que no había que volver al vientre de su madre, como dijo, para nacer de nuevo, sólo había que reconocer que era un pecador, arrepentirse de cada una de sus malas acciones, y sumergirse en el agua en el bautizo de Juan, como simbología de sepultar por fe sus pecados, y salir de ahí dispuesto a caminar por el camino de Dios y andar siempre con Dios haciendo lo correcto. Esto es nacer del agua.

Luego, Cristo nos bautiza con su Espíritu Santo para estar siempre con nosotros y en nosotros, a fin de que nos ayude a ir creciendo en el conocimiento pleno del carácter y naturaleza de Dios, a caminar con Jesucristo y a mantener una relación íntima con el Padre Dios. Nos va perfeccionando en la Palabra de Dios, aumenta nuestra fe y nos capacita para que andemos como es digno del Señor Jesús, agradándole en todo, llevando frutos de buenas obras (Colosenses 1:10). Esto es nacer del espíritu.

El Espíritu Santo cambia nuestra antigua manera, egoísta y vanidosa. de ver y vivir la vida. Derrama el amor de Dios en nuestros corazones y nos lleva a mantener una relación íntima con Él. Nos impulsa a amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos (Gálatas 5:25-26). Toma de lo de Cristo y nos lo da a conocer, y nos dará a entender todas las cosas que han de venir (Juan 16:13-14). Y de nuestro interior corren ríos de agua vivía (Juan 7:38).

Es el Espíritu Santo que convence al mundo de pecado, justicia y juicio. De pecado, por cuanto no creen en el Hijo de Dios; de justicia, por cuanto Cristo subió al Padre y no lo vemos; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado (Juan 16:8-11).

El que recibe el nuevo nacimiento a través del Espíritu Santo no sabe explicar cómo es el proceso ni se puede dirigir así mismo. Sólo sabe que el Espíritu lo lleva a donde Él quiere que vaya y hace lo que Él quiere que haga; muchas veces sin entenderlo. Pero sí puede dar testimonio del cambio que ha experimentado en su vida después de su nuevo nacimiento.

El bautizo en el Espíritu Santo es diferente al don de hablar en un lenguaje espiritual. Son dos cosas diferentes que debemos tener bien claro. Hablar en lengua es un don que da el Espíritu Santo a quien él quiera, para su propia edificación y/o la edificación de la congregación, siempre y cuando aparezca alguien que tenga el don de interpretación, de lo contrario, no ayuda para nada (1 Corintios 14:4-5). El bautizo es la presencia permanente del Espíritu Santo con y en el creyente, es decir, a su lado y dentro de él, poseyendo su cuerpo como templo de Dios (1 Corintios 6:19-20; 14:1-4).  

En relación con este nuevo nacimiento, el apóstol Pablo nos exhorta: - “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre (Cristo), creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24).

¿Por qué hay que bautizar el creyente en agua siendo adulto y no cuando niño?

Aunque todos nacemos con la naturaleza pecaminosa, herencia del primer hombre, Adán, no quiere decir que los bebés ya han cometido pecados al nacer. Los ejemplos que nos da la Biblia sobre el bautizo en agua es de adultos. El mismo Jesús dio ejemplo de esto. Siendo de treinta tres años, y sin cometer ningún pecado, fue y le pidió a Juan el bautista que lo bautizara, a fin de que nos sirviera como ejemplo; y a la vez, cumplir con todo lo establecido en el Plan perfecto de Dios sobre la redención de los humanos.

La Biblia nos demuestra que el bautizo no es para bebés ni infantes. Estos no tienen conocimientos de su condición ante Dios, ni han realizado ninguna acción que desobedezca sus estatutos y ordenanzas.  El bautizo en agua el apóstol Pablo lo llama el bautizo del arrepentimiento (Hechos 19:4).

Un adulto es bautizado cuando reconoce que se ha portado mal con Dios, que ha desobedecido su Palabra, se arrepiente de sus malas acciones y confiesa públicamente que es un pecador; luego es sumergido en agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; como el mismo Jesús ordenó que hicieran con todos los que creyeran en su nombre (Mateo 28:19).

Y esto en consonancia simbólica de su muerte y sepultura, y su resurrección de los muertos para darnos la nueva vida que necesitamos para entrar y disfrutar del reino de Dios. - Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.  (Romanos 6:4).

La inauguración del bautizo en el Espíritu Santo sucedió el día que los ciento veinte discípulos, con sus respetivas familias nucleares, estaban reunidos en el aposento alto, el día de la fiesta de Pentecostés, en obediencia a las palabras del Señor Jesús, cuando unos minutos antes de su ascensión al lado de su Padre, les dijo; - ... “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual oísteis de mí.  Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4-5).

A partir de esa primera vez, todos los que creían en Jesús, tanto judíos como extranjeros, eran bautizados en agua y en Espíritu Santo por la imposición de las manos de los apóstoles (Hechos 4:31; 8:14-16; 10:45; Efesios 1:13) 

Un ejemplo vivo del nuevo nacimiento en agua y en Espíritu, requerido por Jesús para entrar al reino de los cielos, lo encontramos en el testimonio del apóstol Pablo; quien no anduvo con Jesús durante su ministerio terrenal ni fue testigo ocular de las obras que hizo. Si no, que treinta años después de Jesús ascender a la diestra del Padre, lo vemos en la narrativa del inicio de su historia en el contexto bíblico como un religioso fanático del judaísmo.

Este era un maestro de la ley mosaica y de las tradiciones judaicas, que creía con firmeza en Dios, pero no creía en Jesús. Éste, pensando que estaba haciendo lo correcto ante los ojos de Dios, y que le estaba sirviendo, se dedicó a perseguir a los cristianos haciendo prisioneros a los hombres y a las mujeres que creían y predicaran el evangelio de Jesús. Es decir, a todos los que demostraban públicamente que eran cristianos (Hechos 9:1-31).

El escritor del libro de los Hechos, Lucas (historiador y médico), dice que este hombre llamado Saulo (en hebreo) y Pablo (en griego), que también era fariseo, respirando amenazas contra los cristianos, se dirigía de Jerusalén a la ciudad de Damasco acompañado de una escolta, posiblemente hombres del ejército, con una autorización escrita de las autoridades competentes para apresar a todos los que estuvieran en la sinagoga hablando en el nombre de Jesús.

Y mientras iba por el camino, un refulgente rayo de luz venido del cielo cayó sobre él, tumbándolo al suelo, a la vez que escuchó una potente y autoritaria voz, que, llamándolo dos veces por su nombre, le preguntó por qué lo perseguía.  Él, lleno de miedo, con su corazón pulsando sangre de forma desmedida, con su rostro en tierra y su mirada perdida al ver todo oscuro, pues la luz lo había dejado ciego, temblando de miedo, le preguntó: - ¿Señor quién eres? ... - Yo soy Jesús, a quien tu persigues. Dura cosa te es dar coces (puntapié) contra el aguijón. - le respondió la misma voz que había escuchado, él y sus acompañantes. Luego Jesús le ordenó que entrara a la ciudad y que esperara allí para decirle lo que iba hacer (Hechos 9:6).

Después de tres días sin ver ni comer, ni beber, mientras se encontraba en la casa de uno llamado Judas, ubicada en la calle primera, en la ciudad de Damasco, Jesús envió a uno de sus discípulos que vivía en la misma ciudad, llamado Ananías, para que orara por Saulo y recobrara la visión, ya que éste lo había visto en visiones mientras oraba.  Y Ananías así lo hizo. 

Pablo recuperó la vista, escuchó la voz de Jesús y creyó en él, y le abrió la puerta de su corazón. Se arrepintió de sus malas acciones y fue bautizado en agua (Hechos 9:17-18). Luego fue bautizado por el Espíritu Santo (Hechos 13:9). Y de esta manera nació de nuevo. A partir de entonces su vida fue totalmente nueva.  Jesucristo le cambio su corazón: de un corazón duro y cruel, le dio un corazón piadoso, bondadoso y amoroso.

Dedicó el resto de sus años a vivir por y para Cristo (Filipenses 1:2; Gálatas 2:20), llevando el evangelio por todas las naciones, pueblos y ciudades, diciendo que Cristo era el Hijo de Dios. Pablo, de un fanático religioso del judaísmo, perseguidor de los cristianos, pasó a ser un fanático del Evangelio del Señor Jesús, perseguidor de los pecadores para traerlos al arrepentimiento y a la vida eterna. Se convirtió en el misionero del evangelio de Cristo para los gentiles.  

Tanto el testimonio de Nicodemo, quien, al igual que Pablo, creyó en Jesús, le abrió la puerta de su corazón, y experimentó su nuevo nacimiento en agua y en espíritu, pues luego se convirtió en su discípulo (Juan 7:50) y el testimonio de Pablo, nos enseñan que ser religiosos, creyentes en Dios y feligreses activos o pasivos de una denominación, no importa cuál sea esta, no nos llevará a ver y a entrar en el reino de los cielos. El único requisito para disfrutar de esta experiencia es el establecido por el Señor Jesucristo:  el nuevo nacimiento de agua y de Espíritu, a trasvés de la fe en su gracia redentora.

Nacer de agua y de Espíritu es el primer paso para iniciar nuestro caminar con Dios como hijos legítimos, creados por Él mismo en Cristo Jesús, para un nuevo estilo de vida bajo su gracia y misericordia, basado en el fundamento de su evangelio: el amor y el perdón.  Y para que seamos coherederos juntamente con Jesucristo de los lugares celestiales (Efesios 2:6; Romanos 8:17).

Escuchar, creer, abrir la puerta del corazón a Jesús, y nacer de nuevo del agua y del espíritu, son las acciones que nos llevan a tener y mantener una relación íntima y personal con el Padre Dios, con Dios Hijo y Dios espíritu Santo. Esto no es meterse en una religión ni ser miembro de una congregación. Esto es pura relación directa y personal con el Dios viviente, nuestro Creador y Salvador.

¿Qué significado tiene el agua en la Biblia?

El agua es el fundamento de la vida. Un recurso crucial para la humanidad y para el resto de los seres vivos. Contribuye a la estabilidad del funcionamiento del entorno y de los seres y organismos que en él habitan. Por tanto, es un elemento indispensable para la subsistencia de la vida animal y vegetal del planeta. Es decir, que "el agua es un bien de primera necesidad para los seres vivos y un elemento natural imprescindible en la configuración de los sistemas medioambientales". Y nuestro organismo está constituido en su mayor parte por agua, por lo que dejaría de funcionar si esta le faltara.

En la Biblia, el agua es símbolo de lavamiento y purificación. El lavamiento en agua después de algún acto de contaminación ya sea por una enfermedad, por contacto con alguna persona muerta o por las secreciones después del coito en una relación sexual, o por el fluido menstrual de una mujer, el lavarse las manos antes de tomar alimentos y lavarse los pies antes de entrar en una casa, son ordenanzas de la Ley de Moisés. Esto era necesario hacer para evitar la contaminación del cuerpo y que hubiese un brote de enfermedades crónicas que afectaran a toda la población hebrea, llevándola a una muerte masiva.

¿Por qué Jesús dice que hay que nacer del agua?

Hay que nacer del agua para evitar la muerte eterna a través de la contaminación de todo nuestro ser por el pecado, la peor pandemia que al mundo entero siempre ha afectado en todas las épocas de la historia de la humanidad, para no perder la entrada al reino de Dios. Jesús le dice a Nicodemo que es necesario nacer del agua y del espíritu: del agua, como lavamiento de las impurezas de nuestro ser por causa de nuestra naturaleza pecaminosa, herencia de Adán, nuestras inmoralidades corrupción y pasiones pecaminosas; y porque sin santidad nadie podrá ver el rostro de Dios ni acercarse a su reino de gloria.

El sumergirse en las aguas de un río para ser bautizado, no significa que ya hemos sido perdonados de todos nuestros pecados. Esto es una simbología de la confesión pública de que por la sangre de Cristo somos purificados y que con él nos crucificamos y sepultamos. La fe y el Espíritu Santo es lo que hace posible en nosotros el nuevo nacimiento y el crecimiento en el conocimiento de la Palabra de Dios.

Nacer del Espíritu Santo es darle apertura a nuestro espíritu para que busque su identidad en Cristo y entienda la razón de su existencia, y el sentido de amar y perdonar siempre; primero a nosotros mismos, y luego a nuestro prójimo.  El amar y perdonar a los demás es vivir apegado al fundamento del evangelio de Cristo. Si hemos experimentado el nuevo nacimiento en Jesucristo, la primera señal es que comenzamos a amar y a perdonar las ofensas de los demás, aún a los enemigos, de manera indecible, y procuramos estar en paz con todos. “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Juan 4:8).

¿Cómo sabemos que hemos nacido del Espíritu?

Los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Somos la imagen de Cristo, tenemos un espíritu para relacionarnos con Dios, ya que Él es un espíritu, y debemos adorarlo en espíritu y en verdad.   

El diccionario Webster define el término espíritu como «el principio animado y vital; lo que da vida al organismo físico en contraste con sus elementos materiales; el soplo de la vida». Es la entidad abstracta, tradicionalmente considerada como la parte inmaterial que, junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano; y se le atribuye la capacidad de sentir y pensar.

Los seres humanos somos esencialmente espirituales porque traemos inherente en nosotros la necesidad de hacernos cuestionamientos fundamentales o sustanciales, a fin de tratar de comprendernos a nosotros mismos; y encontrar respuestas a nuestras inherentes preguntas: ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Por qué nací? ¿Cuál es el significado de mi vida? ¿Qué hace que mi vida valga la pena? ¿Qué hace que siga hacia delante cuando me siento cansado/a, deprimido/a o frustrado/a? ¿Qué hace que todo valga la pena? ¿Por qué hay que respetar la vida? ¿Quién es Dios? ....

Desarrollar nuestra inteligencia espiritual en el conocimiento de la Palabra de Dios y en la fe de Cristo, nos lleva a ver nuestras vidas en un contexto más amplio y significativo, lleno de esperanza, paz, amor y perdón. Nos conduce a encontrar el sentido y el valor de todo lo que hacemos y experimentamos. A la vez, nos motiva a ir más allá de nosotros mismos y más allá de nuestro presente.

El ser humano, desde tiempos muy remotos, antes de la manifestación de Cristo como hombre, ha venido haciendo caminos para acercarse a un ser superior o varios seres superiores a él, para llenar el vacío de su espíritu. Por eso encontramos en la historia de muchas culturas de la antigüedad adorando a diferentes dioses creados por su imaginación. 

Desde que Dios se le reveló a Abraham y al pueblo de Israel en sentido general, muchos pueblos de la tierra, en diferentes épocas, han decidido convertirse en monoteísta y dejar a tras el politeísmo. Y se han trillado un sin números de caminos alegando que todos nos llevan a Dios.

Cada religión tiene el suyo propio. Caminos que a todos les parecen rectos, pero son caminos que los llevan directamente a la muerte (Proverbios 14:12). No todos los caminos religiosos conducen a Dios. ¿No es a Dios que todos buscamos?, como muchos se preguntan hasta con ironía.

Según la Biblia, el que piensa de esta manera ya está perdido. Pero tiene la oportunidad de cambiar de idea. Solo tiene que revisar las sendas por donde andan sus pies. Pararse en el camino y preguntar por las sendas antiguas y averiguar cuál es el buen camino que lo llevaría al reino de Dios, y decidirse caminar por él, si así lo desea, ya que es libre para tomar sus propias decisiones, (Jeremías 6:16).

¿Y cuál sería este buen camino del que se refiere el profeta Jeremías? Jesús, con gran autoridad, firmeza y seguridad les dijo a sus discípulos: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:16). Cristo es el único camino, fuera de él no hay otro.

En conclusión, para dar el primer paso en el camino de Cristo, primero hay que reconocer y sentirse dolido por los pecados cometidos, porque por naturaleza todos somos pecadores delante de Dios (Romanos 3:23). Segundo, arrepentirse de sus amalas acciones y apartarse de los malos caminos; y tercero, venir a Jesús por fe y recibir su perdón que nos dio en la cruz.

Luego, nacer del agua y de su espíritu Santo. Entonces, el creyente inicia un largo proceso de transformación a lo largo de toda su vida por medio del evangelio de Jesucristo y los principios de la fe establecido por Él. Su vieja manera de vivir y creer, herencia de sus antepasados, es cosa del pasado, ahora todas las cosas les son hechas nuevas en el espíritu de Cristo (2 Corintios 5:17).

La Biblia nos enseña la importancia de nacer verdaderamente en el Señor Jesús; y nos muestra, a la vez, lo equivocado que están algunos que dicen ser cristianos, aún dentro de las mismas iglesias llamadas cristianas o evangélicas, pues estos creen que han nacido a la vida nueva que el Señor Jesús ofrece y siguen viviendo al estilo del mundo presente, a su vieja manera egocéntrica de vida. De ahí que muchos son “convencidos” en cuanto a Dios y su Palabra, la Biblia, pero no están convertidos a la vida nueva que Jesucristo ofrece en el evangelio del reino de Dios.

Nacer en Cristo, es vivir como él vivió y hacer las buenas obras que el hizo cuando estuvo aquí en la tierra. Tratar de imitar su carácter y forma de ser.   



















[1] Uno de los tres partidos prominentes dentro del judaísmo en los tiempos de Jesús (los fariseos, los saduceos y los esenios), los fariseos fueron los más influyentes, pues eran más.
[2] Fue el más alto tribunal judío durante los períodos griegos y romanos.
[3] Uno que instruye y que imparte conocimientos, ya sea de verdades religiosas o de otros asuntos, como un don divino (Efesios 4:11).

¡Imposible no verte!