En la época de Jesús había un hombre del partido de
los Fariseos[1] llamado
Nicodemo. Una persona muy importante entre los judíos, ya que era el gobernador
de Judá y miembro del Sanedrín[2].
Una noche, narra Juan en su evangelio (3:1-21), decidió visitar a Jesús porque
tenía curiosidad de saber quién era él, debido al auge de su fama entre los
judíos por las cosas que estaba haciendo en favor de los más necesitados.
Cuando ambos
estuvieron frente a frente, Nicodemo inicia su conversación con un alago por
los milagros que estaba haciendo en Judá, para luego caer en la pregunta que en
realidad fue hacerle. Le dice: - “Rabí[3],
sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer los
milagros que Tú haces si Dios no está con él”. Jesús le contesta con una
advertencia que no guardaba relación con las palabras de este fariseo – “En verdad te digo que el que no nace de nuevo no
puede ver el reino de Dios”.
Según la respuesta de Jesús, aunque el evangelista
Juan no lo explicita en sus escritos, podemos deducir que el objetivo principal
de la visita de Nicodemo, un estudioso de las Escrituras y de las tradiciones
judaicas, era saber cómo se podía ver el reino de Dios, ya que tanto
Jesús como Juan el bautista, anunciaban que el reino de los cielos se había
acercado a la tierra. Entontes, la pregunta que estaba ardiendo en la mente de
Nicodemo podría ser- ¿cómo es posible ver el reino de los cielos desde la
tierra?
Jesús, en su naturaleza cien por ciento divina, que
conoce los pensamientos de los seres humanos antes de que éstos lleguen a su
mente, porque Él es Dios (Lucas 5:22), le responde su pregunta que aún no le
había hecho, con una verdad irrefutable: :”Hay que nacer de nuevo para ver
el reino de los cielos” (Juan 3:3) - como queriéndole decir; - Oye, si tu no naces
de nuevo nunca podrás ni ver ni mucho menos ir al reino de Dios, porque el
mucho conocimiento no te llevará a él.
- Pero ¿cómo es
posible, si soy un hombre religioso, conocedor de las Escrituras y guardo todos
los mandamientos desde mi juventud? ¿No
soy un hombre de Dios y creo en él?
¿Cómo es que ahora tengo que volver a nacer para ver el reino de Dios?
¿Y de qué manera puedo volver al vientre de mi madre siendo ya grande?
Es posible que este bombardeo de preguntas estuvieran
dando vuelta en el cerebro de este fanático de la religión judía. Podemos ver
esto como una posibilidad, ya que es normal que un erudito bíblico o algún
predicador experimentado de la Palabra de Dios o un creyente fiel con muchos
años en el ejercicio de su fe, si Jesús u otra persona versada en la Biblia le
dijera que para ir al cielo tiene primero que nacer de nuevo, estas serían las
preguntas que como un relámpago llegarían a su mente.
Entonces,
siguiendo el hilo de su diálogo con el Maestro, le hace la pregunta clave que
cualquier humano le hubiese hecho en su caso: - ¿Cómo puede un hombre
nacer siendo ya viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de su
madre y nacer? (Juan 3:4)
Jesús sigue
insistiendo en su advertencia: - “En verdad te digo que el que no nace de
agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es. No te asombres de que te haya dicho: tienen
que nacer de nuevo. El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido,
pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquél que es nacido del
Espíritu” (Juan 3:5-8)
Con esta profundas
y filosóficas palabras sobre el viento, Jesús le está diciendo a Nicodemo, que,
así como él escucha el sonido del viento y lo puede sentir en su piel, sin
verlo, ni saber de dónde viene ni hacia dónde va, que sopla por donde él quiere;
y que, aunque lo intentara no podría explicarlo; pero sí podía dar testimonio
de su existencia. Así son las cosas del Espíritu. No podemos explicarlas, pero
sí sentirlas y ver sus obras. Aunque no lo vemos, pero si podemos sentirlo
obrando dentro de nosotros.
Luego, encontramos
a Juan, a quien todos llamaban el bautista, porque bautizaba en las aguas del
rio Jordán para el perdón de los pecados, a aquellos que mostraban
arrepentimientos, diciéndoles que él los bautizaba en agua pero que detrás de
él venía uno, que era primero que él, y que él no conocía, que los iba a
bautizar en Espíritu y fuego (Mateo 3:11).
Jesús le estaba
explicando a Nicodemo que no había que volver al vientre de su madre, como
dijo, para nacer de nuevo, sólo había que reconocer que era un pecador,
arrepentirse de cada una de sus malas acciones, y sumergirse en el agua en el
bautizo de Juan, como simbología de sepultar por fe sus pecados, y salir de ahí
dispuesto a caminar por el camino de Dios y andar siempre con Dios haciendo lo
correcto. Esto es nacer del agua.
Luego, Cristo nos bautiza con su Espíritu
Santo para estar siempre con nosotros y en nosotros, a fin de que nos ayude a
ir creciendo en el conocimiento pleno del carácter y naturaleza de Dios, a
caminar con Jesucristo y a mantener una relación íntima con el Padre Dios. Nos
va perfeccionando en la Palabra de Dios, aumenta nuestra fe y nos capacita para
que andemos como es digno del Señor Jesús, agradándole en todo, llevando frutos
de buenas obras (Colosenses 1:10). Esto es nacer del espíritu.
El Espíritu Santo cambia nuestra antigua manera, egoísta y
vanidosa. de ver y vivir la vida. Derrama el amor de Dios en nuestros corazones
y nos lleva a mantener una relación íntima con Él. Nos impulsa a amar a nuestro
prójimo como nos amamos a nosotros mismos (Gálatas 5:25-26). Toma de lo de
Cristo y nos lo da a conocer, y nos dará a entender todas las cosas que han de
venir (Juan 16:13-14). Y de nuestro interior corren ríos de agua vivía (Juan
7:38).
Es el Espíritu Santo que convence al mundo de pecado,
justicia y juicio. De pecado, por cuanto no creen en el
Hijo de Dios; de justicia, por cuanto Cristo subió al Padre y no lo vemos; y de
juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado (Juan
16:8-11).
El que recibe el
nuevo nacimiento a través del Espíritu Santo no sabe explicar cómo es el
proceso ni se puede dirigir así mismo. Sólo sabe que el Espíritu lo lleva a
donde Él quiere que vaya y hace lo que Él quiere que haga; muchas veces sin
entenderlo. Pero sí puede dar testimonio del cambio que ha experimentado en su
vida después de su nuevo nacimiento.
El bautizo en el
Espíritu Santo es diferente al don de hablar en un lenguaje espiritual. Son dos
cosas diferentes que debemos tener bien claro. Hablar en lengua es un don que
da el Espíritu Santo a quien él quiera, para su propia edificación y/o la
edificación de la congregación, siempre y cuando aparezca alguien que tenga el
don de interpretación, de lo contrario, no ayuda para nada (1 Corintios
14:4-5). El bautizo es la presencia permanente del Espíritu Santo con y en el
creyente, es decir, a su lado y dentro de él, poseyendo su cuerpo como templo
de Dios (1 Corintios 6:19-20; 14:1-4).
En relación con este nuevo nacimiento,
el apóstol Pablo nos exhorta: - “En cuanto a la
pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a
los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del
nuevo hombre (Cristo), creado según Dios en la justicia y santidad de la
verdad” (Efesios 4:22-24).
¿Por qué hay que bautizar el creyente en agua siendo
adulto y no cuando niño?
Aunque todos nacemos con la naturaleza pecaminosa,
herencia del primer hombre, Adán, no quiere decir que los bebés ya han cometido
pecados al nacer. Los ejemplos que nos da la Biblia sobre el bautizo en agua es
de adultos. El mismo Jesús dio ejemplo de esto. Siendo de treinta tres años, y
sin cometer ningún pecado, fue y le pidió a Juan el bautista que lo bautizara,
a fin de que nos sirviera como ejemplo; y a la vez, cumplir con todo lo
establecido en el Plan perfecto de Dios sobre la redención de los humanos.
La Biblia nos demuestra que el bautizo no es para
bebés ni infantes. Estos no tienen conocimientos de su condición ante Dios, ni
han realizado ninguna acción que desobedezca sus estatutos y ordenanzas. El bautizo en agua el apóstol Pablo lo llama
el bautizo del arrepentimiento (Hechos 19:4).
Un adulto es bautizado cuando reconoce que se ha
portado mal con Dios, que ha desobedecido su Palabra, se arrepiente de sus
malas acciones y confiesa públicamente que es un pecador; luego es sumergido en
agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; como el mismo Jesús
ordenó que hicieran con todos los que creyeran en su nombre (Mateo 28:19).
Y esto en consonancia simbólica de su muerte y
sepultura, y su resurrección de los muertos para darnos la nueva vida que
necesitamos para entrar y disfrutar del reino de Dios. - “Porque
somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que
como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en vida nueva. (Romanos 6:4).
La inauguración del bautizo en el
Espíritu Santo sucedió el día que los ciento veinte discípulos, con sus respetivas
familias nucleares, estaban reunidos en el aposento alto, el día de la fiesta
de Pentecostés, en obediencia a las palabras del Señor Jesús, cuando unos
minutos antes de su ascensión al lado de su Padre, les dijo; - ... “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen
la promesa del Padre, la cual oísteis de mí.
Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos
1:4-5).
A partir de esa primera vez, todos los que
creían en Jesús, tanto judíos como extranjeros, eran bautizados en agua y en
Espíritu Santo por la imposición de las manos de los apóstoles (Hechos 4:31;
8:14-16; 10:45; Efesios 1:13)
Un ejemplo vivo
del nuevo nacimiento en agua y en Espíritu, requerido por Jesús para entrar al
reino de los cielos, lo encontramos en el testimonio del apóstol Pablo; quien
no anduvo con Jesús durante su ministerio terrenal ni fue testigo ocular de las
obras que hizo. Si no, que treinta años después de Jesús ascender a la diestra
del Padre, lo vemos en la narrativa del inicio de su historia en el contexto
bíblico como un religioso fanático del judaísmo.
Este era un
maestro de la ley mosaica y de las tradiciones judaicas, que creía con firmeza
en Dios, pero no creía en Jesús. Éste, pensando que estaba haciendo lo correcto
ante los ojos de Dios, y que le estaba sirviendo, se dedicó a perseguir a los
cristianos haciendo prisioneros a los hombres y a las mujeres que creían y predicaran
el evangelio de Jesús. Es decir, a todos los que demostraban públicamente que eran
cristianos (Hechos 9:1-31).
El escritor del
libro de los Hechos, Lucas (historiador y médico), dice que este hombre llamado
Saulo (en hebreo) y Pablo (en griego), que también era fariseo, respirando
amenazas contra los cristianos, se dirigía de Jerusalén a la ciudad de Damasco
acompañado de una escolta, posiblemente hombres del ejército, con una
autorización escrita de las autoridades competentes para apresar a todos los
que estuvieran en la sinagoga hablando en el nombre de Jesús.
Y mientras iba por
el camino, un refulgente rayo de luz venido del cielo cayó sobre él, tumbándolo
al suelo, a la vez que escuchó una potente y autoritaria voz, que, llamándolo
dos veces por su nombre, le preguntó por qué lo perseguía. Él, lleno de miedo, con su corazón pulsando
sangre de forma desmedida, con su rostro en tierra y su mirada perdida al ver
todo oscuro, pues la luz lo había dejado ciego, temblando de miedo, le
preguntó: - ¿Señor quién eres? ... - Yo soy Jesús, a quien tu persigues.
Dura cosa te es dar coces (puntapié) contra el
aguijón”. - le respondió la
misma voz que había escuchado, él y sus acompañantes. Luego Jesús le ordenó que
entrara a la ciudad y que esperara allí para decirle lo que iba hacer (Hechos
9:6).
Después de tres
días sin ver ni comer, ni beber, mientras se encontraba en la casa de uno
llamado Judas, ubicada en la calle primera, en la ciudad de Damasco, Jesús
envió a uno de sus discípulos que vivía en la misma ciudad, llamado Ananías,
para que orara por Saulo y recobrara la visión, ya que éste lo había visto en
visiones mientras oraba. Y Ananías así
lo hizo.
Pablo recuperó la
vista, escuchó la voz de Jesús y creyó en él, y le abrió la puerta de su
corazón. Se arrepintió de sus malas acciones y fue bautizado en agua (Hechos
9:17-18). Luego fue bautizado por el Espíritu Santo (Hechos 13:9). Y de esta
manera nació de nuevo. A partir de entonces su vida fue totalmente nueva. Jesucristo le cambio su corazón: de un
corazón duro y cruel, le dio un corazón piadoso, bondadoso y amoroso.
Dedicó el resto de sus años a vivir por y para
Cristo (Filipenses 1:2; Gálatas 2:20), llevando el evangelio por todas las
naciones, pueblos y ciudades, diciendo que Cristo era el Hijo de Dios. Pablo, de
un fanático religioso del judaísmo, perseguidor de los cristianos, pasó a ser
un fanático del Evangelio del Señor Jesús, perseguidor de los pecadores para
traerlos al arrepentimiento y a la vida eterna. Se convirtió en el misionero
del evangelio de Cristo para los gentiles.
Tanto el
testimonio de Nicodemo, quien, al igual que Pablo, creyó en Jesús, le abrió la
puerta de su corazón, y experimentó su nuevo nacimiento en agua y en espíritu,
pues luego se convirtió en su discípulo (Juan 7:50) y el testimonio de Pablo,
nos enseñan que ser religiosos, creyentes en Dios y feligreses activos o pasivos
de una denominación, no importa cuál sea esta, no nos llevará a ver y a entrar en
el reino de los cielos. El único requisito para disfrutar de esta experiencia
es el establecido por el Señor Jesucristo: el nuevo nacimiento de agua y de Espíritu, a
trasvés de la fe en su gracia redentora.
Nacer de agua y de
Espíritu es el primer paso para iniciar nuestro caminar con Dios como hijos
legítimos, creados por Él mismo en Cristo Jesús, para un nuevo estilo de vida
bajo su gracia y misericordia, basado en el fundamento de su evangelio: el
amor y el perdón. Y para que seamos
coherederos juntamente con Jesucristo de los lugares celestiales (Efesios 2:6;
Romanos 8:17).
Escuchar, creer,
abrir la puerta del corazón a Jesús, y nacer de nuevo del agua y del espíritu,
son las acciones que nos llevan a tener y mantener una relación íntima y
personal con el Padre Dios, con Dios Hijo y Dios espíritu Santo. Esto no es
meterse en una religión ni ser miembro de una congregación. Esto es pura
relación directa y personal con el Dios viviente, nuestro Creador y Salvador.
¿Qué
significado tiene el agua en la Biblia?
El agua es el fundamento de la vida. Un recurso
crucial para la humanidad y para el resto de los seres vivos. Contribuye a la
estabilidad del funcionamiento del entorno y de los seres y organismos que en
él habitan. Por tanto, es un elemento indispensable para la subsistencia de la
vida animal y vegetal del planeta. Es decir, que "el agua es un bien de
primera necesidad para los seres vivos y un elemento natural imprescindible en
la configuración de los sistemas medioambientales". Y nuestro organismo
está constituido en su mayor parte por agua, por lo que dejaría de funcionar si
esta le faltara.
En la Biblia, el agua es símbolo de lavamiento y
purificación. El lavamiento en agua después de algún acto de contaminación ya
sea por una enfermedad, por contacto con alguna persona muerta o por las
secreciones después del coito en una relación sexual, o por el fluido menstrual
de una mujer, el lavarse las manos antes de tomar alimentos y lavarse los pies antes
de entrar en una casa, son ordenanzas de la Ley de Moisés. Esto era necesario
hacer para evitar la contaminación del cuerpo y que hubiese un brote de
enfermedades crónicas que afectaran a toda la población hebrea, llevándola a
una muerte masiva.
¿Por qué Jesús dice que hay que nacer del agua?
Hay que nacer del agua para evitar la muerte eterna a
través de la contaminación de todo nuestro ser por el pecado, la peor
pandemia que al mundo entero siempre ha afectado en todas las épocas de la
historia de la humanidad, para no perder la entrada al reino de Dios. Jesús le
dice a Nicodemo que es necesario nacer del agua y del espíritu: del agua,
como lavamiento de las impurezas de nuestro ser por causa de nuestra naturaleza
pecaminosa, herencia de Adán, nuestras inmoralidades corrupción y pasiones pecaminosas;
y porque sin santidad nadie podrá ver el rostro de Dios ni acercarse a su reino
de gloria.
El sumergirse en las aguas de un río para ser
bautizado, no significa que ya hemos sido perdonados de todos nuestros pecados.
Esto es una simbología de la confesión pública de que por la sangre de Cristo somos
purificados y que con él nos crucificamos y sepultamos. La fe y el Espíritu
Santo es lo que hace posible en nosotros el nuevo nacimiento y el crecimiento
en el conocimiento de la Palabra de Dios.
Nacer del Espíritu Santo es darle apertura a nuestro espíritu
para que busque su identidad en Cristo y entienda la razón de su existencia, y
el sentido de amar y perdonar siempre; primero a nosotros mismos, y luego a nuestro
prójimo. El amar y perdonar a los demás es
vivir apegado al fundamento del evangelio de Cristo. Si hemos experimentado el
nuevo nacimiento en Jesucristo, la primera señal es que comenzamos a amar y a
perdonar las ofensas de los demás, aún a los enemigos, de manera indecible, y
procuramos estar en paz con todos. “El que no ama no ha conocido a Dios,
porque Dios es amor” (1Juan 4:8).
¿Cómo sabemos que hemos nacido del Espíritu?
Los seres humanos fuimos creados a imagen y semejanza
de Dios. Somos la imagen de Cristo, tenemos un espíritu para relacionarnos con
Dios, ya que Él es un espíritu, y debemos adorarlo en espíritu y en
verdad.
El diccionario Webster define el término espíritu como
«el principio animado y vital; lo que da vida al organismo físico en
contraste con sus elementos materiales; el soplo de la vida». Es la
entidad abstracta, tradicionalmente considerada como la parte inmaterial que,
junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano; y se le
atribuye la capacidad de sentir y pensar.
Los seres humanos somos esencialmente espirituales
porque traemos inherente en nosotros la necesidad de hacernos cuestionamientos
fundamentales o sustanciales, a fin de tratar de comprendernos a nosotros
mismos; y encontrar respuestas a nuestras inherentes preguntas: ¿De dónde vengo
y hacia dónde voy? ¿Por qué nací? ¿Cuál es el significado de mi vida? ¿Qué hace
que mi vida valga la pena? ¿Qué hace que siga hacia delante cuando me siento
cansado/a, deprimido/a o frustrado/a? ¿Qué hace que todo valga la pena? ¿Por
qué hay que respetar la vida? ¿Quién es Dios? ....
Desarrollar nuestra inteligencia espiritual en el
conocimiento de la Palabra de Dios y en la fe de Cristo, nos lleva a ver
nuestras vidas en un contexto más amplio y significativo, lleno de esperanza,
paz, amor y perdón. Nos conduce a encontrar el sentido y el valor de todo lo
que hacemos y experimentamos. A la vez, nos motiva a ir más allá de nosotros
mismos y más allá de nuestro presente.
El ser humano, desde tiempos muy remotos, antes de la
manifestación de Cristo como hombre, ha venido haciendo caminos para acercarse
a un ser superior o varios seres superiores a él, para llenar el vacío de su
espíritu. Por eso encontramos en la historia de muchas culturas de la
antigüedad adorando a diferentes dioses creados por su imaginación.
Desde que Dios se le reveló a Abraham y al pueblo de
Israel en sentido general, muchos pueblos de la tierra, en diferentes épocas,
han decidido convertirse en monoteísta y dejar a tras el politeísmo. Y se han
trillado un sin números de caminos alegando que todos nos llevan a Dios.
Cada religión tiene el suyo propio. Caminos que a
todos les parecen rectos, pero son caminos que los llevan directamente a la
muerte (Proverbios 14:12). No todos los caminos religiosos conducen a Dios. ¿No
es a Dios que todos buscamos?, como muchos se preguntan hasta con ironía.
Según la Biblia, el que piensa de esta manera ya está
perdido. Pero tiene la oportunidad de cambiar de idea. Solo tiene que revisar
las sendas por donde andan sus pies. Pararse en el camino y preguntar por las
sendas antiguas y averiguar cuál es el buen camino que lo llevaría al reino de
Dios, y decidirse caminar por él, si así lo desea, ya que es libre para tomar
sus propias decisiones, (Jeremías 6:16).
¿Y cuál sería este buen camino del que se refiere el profeta
Jeremías? Jesús, con gran autoridad, firmeza y seguridad les dijo a sus
discípulos: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre,
sino por mí” (Juan 14:16). Cristo es el único camino, fuera de él no hay
otro.
En conclusión, para dar el primer paso en el camino de
Cristo, primero hay que reconocer y sentirse dolido por los pecados cometidos,
porque por naturaleza todos somos pecadores delante de Dios (Romanos 3:23).
Segundo, arrepentirse de sus amalas acciones y apartarse de los malos caminos;
y tercero, venir a Jesús por fe y recibir su perdón que nos dio en la cruz.
Luego, nacer
del agua y de su espíritu Santo. Entonces, el creyente inicia un largo proceso
de transformación a lo largo de toda su vida por medio del evangelio de
Jesucristo y los principios de la fe establecido por Él. Su vieja manera de vivir
y creer, herencia de sus antepasados, es cosa del pasado, ahora todas las cosas
les son hechas nuevas en el espíritu de Cristo (2 Corintios 5:17).
La Biblia nos enseña la importancia de nacer
verdaderamente en el Señor Jesús; y nos muestra, a la vez, lo equivocado que
están algunos que dicen ser cristianos, aún dentro de las mismas iglesias
llamadas cristianas o evangélicas, pues estos creen que han nacido a la vida nueva
que el Señor Jesús ofrece y siguen viviendo al estilo del mundo presente, a su
vieja manera egocéntrica de vida. De ahí que muchos son “convencidos” en
cuanto a Dios y su Palabra, la Biblia, pero no están convertidos a la
vida nueva que Jesucristo ofrece en el evangelio del reino de Dios.
Nacer en Cristo, es vivir como él vivió y hacer las
buenas obras que el hizo cuando estuvo aquí en la tierra. Tratar de imitar su carácter
y forma de ser.
[1] Uno
de los tres partidos prominentes dentro del judaísmo en los tiempos de Jesús
(los fariseos, los saduceos y los esenios), los fariseos fueron los más
influyentes, pues eran más.
[2] Fue el más
alto tribunal judío durante los períodos griegos y romanos.
[3] Uno que
instruye y que imparte conocimientos, ya sea de verdades religiosas o de otros
asuntos, como un don divino (Efesios 4:11).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario