sábado, 7 de abril de 2018


EL GRAN DILEMA DE LA IDENTIDAD
Guillermina izquierdo Reinoso

     El ser humano sostiene una lucha intensa con su identidad a largo de toda su vida. Desde los primeros años de su infancia busca un héroe para ser como él o ella.  Su favorito es el de algún rodaje televisivo acotejado a su edad. No solo quiere parecerse a él, sino que también quiere hablar como él, vestirse igual y actuar como él. Además, inspira a sus progenitores a que compren todos los objetos que los comerciantes aprovechados han elaborado sobre ese dibujo animado.  Es tan fuerte este apego, que el o la infante no se separa de su personaje ni para dormir, lo lleva con sigo a todos lados.
  
      Hay niños que quieren ser como su papá y lo imitan en casi todo lo que hace, y niñas que imitan a su mamá. Otros quieren ser como tía o tío, o como el abuelo o la abuela. Mientras que, el o la adolescente se identifica con el cante que esté de moda, o el prota o villano de la telenovela, o la serie televisiva más famosa del momento. También quiere ser como la compañerita más bonita y popular de su clase. Mientras que, el muchacho se identifica con el deportista o atleta más famoso, o el o los cantantes urbanos del momento, o simplemente quiere ser como el joven más influyente de su escuela o de su vecindario, por lo que busca la manera de andar, actuar y vestirse como él, por encima de las consecuencias que esto pueda acarrearle.

     Los estudiosos de la conducta humana señalan que todo individuo, cuando está en el proceso de desarrollar su carácter, en los primeros años de su vida, necesita interactuar con un patrón para moldearlo, ya que esta cualidad de la personalidad es una construcción influenciada por la herencia y por el medio ambiente.  Y como tal, vive en constante evolución, según las circunstancias de la época y a media que el individuo va desarrollando su conocimiento y aprendizaje, y en la manera en que interactúe socialmente con las personas de su entorno, como lo señala Vygotsky. 

     Pero esto no hace que se aleje de su deseo de siempre ser como alguien en especial. El discípulo quiere ser como su maestro. El político, el religioso y el comunitario como su máximo líder y el empleado como su patrón. La cuestión es no estar conforme con la identidad propia.

     Este dilema se presenta en todos los niveles sociales, razas y etnias.  Hay hombres que siempre buscan un amigo o compañero de trabajo, o colega a quien admiran para imitarlo casi en todo, o pone toda su atención en un líder político, con el que hacen un apego tan fuerte, que llegan a hablar, pensar y actuar como él. Lo único que vale y hacen es lo que diga esa persona, aunque no sea lo correcto.
 
     Por otro lado, está la mujer vanidosa que quiere tener el cuerpo de alguna artista o la modelo de la promoción, o como la protagonista o villana de la telenovela, o como su vecina o amiga. Quiere tener el mismo color y corte de cabello, las mismas curvas y figura del cuerpo.  Hasta los mimos muebles de la casa.

Esto nos lleva a pensar que nunca estaremos de acuerdo con nosotros mismos, con lo que somos ni conformes con lo que tenemos. Que siempre tendremos este problema. Muchos llegan hasta el suicidio porque se sintieron no ser nadie o quizás nunca procuraron tener un encuentro consigo mismo, o se metieron en una gran deuda tratando de saciar estos deseos. Y otros se convierten en terroristas fanáticos religiosos o estadistas, que por defender sus dogmas o ideales llegan hasta convertirse en una bomba humana para detonar en medio de una multitud de inocentes, muriendo en el acto junto con ellos.

      Los humanos siempre hemos luchado con interrogantes que parecieran no tener respuestas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Existe realmente Dios? Y si no encontramos las respuestas a estas preguntas, nuestra identidad siempre será nuestro gran dilema.

     Invertimos la mayor cantidad de nuestro tiempo buscando ser como alguien y se nos olvida que debemos ser como nosotros mismos. Que debemos hacer algunas paraditas de cuando en vez ("un encuentro conmigo"), a fin de evaluar cada una de nuestras acciones y observar hacia donde nos llevan y cuáles son sus resultados. Y al evaluarlas debemos preguntarnos: ¿Lo que hago me conviene? ¿Le hace bien a mi prójimo? ¿Me deja algún aprendizaje? ¿Va acorde con mi fe y mis ideales? ¿Honro a Dios, a mi patria y a mi familia? Y al reflexionar de esta manera podemos observar la dirección por la que anda nuestro carácter (actitudes, actos, hechos), ¿va por caminos del bien o por cominos del mal? 

      El apóstol Pablo pasó por esta experiencia. Antes de encontrarse con Jesucristo, era un fanático religioso, cuya identidad estaba apegada a un grupo llamado FARISEOS (Hombres dedicados a estudiar, a defender y hacer cumplir la Ley Mosaica, “La Torá”). Su fanatismo lo llevó a perseguir a todas las personas que predicaban y guardaban las enseñanzas de Jesús (Hechos 9:1-29). Los sacaba hasta de bajo de las camas, es decir, donde quiere que se escondieran, para apresarlos, encarcelarlos y hasta matarlos. Pero un día, cuando se dirigía hacia la ciudad de Damasco a ejecutar su acción, tuvo un extraordinario encuentro personal con Jesucristo, y desde entonces su vida cambió, al extremo de convertirse en una nueva persona y decir que había muerto a la Ley para vivir para Dios (Gálatas 19:20). Su identidad y carácter tomó un nuevo rumbo.

      Ya no hablaba como los Fariseos. Ya no se parecía a ellos ni actuaba como ellos. Ahora lo encontramos diciendo que se había crucificado juntamente con el Señor Jesús, y que Él había cambiado totalmente su vida. Ahora hablaba como él y enseñaba lo que él enseñó. Sus conversaciones giraban alrededor de quien ahora era su gran líder. Vivía sólo para él y trataba de actuar como él, convirtiéndose en su verdadero y auténtico discípulo, al extremo de invitar a sus seguidores a que lo imitaran, tal como él imitaba a Cristo (1 Corintios 11:1). Tan grande fue su unión con el Señor, que siempre estuvo dispuesto a morir por él. Y así murió.
     Pablo aprendió que al identificarse con Cristo su vida se encaminada siempre hacia el bien, hacia el amar, respetar y valorar la vida de las demás personas. Y en vez de llevarle la muerte a los que no pensaban como él, ahora los conducía hacia la vida.  Tal fue su unión con el Maestro, que motivaba a los creyentes de las iglesias que fundó a caminar y vivir por y para el reino de los cielos, a mantener la fe y viva la esperanza del regreso de Jesucristo, que estaba cercano, a llevarse su iglesia a morar para siempre con Él a una mejor vida.
  
     El Apóstol Pablo nos sirve de ejemplo de que el carácter se puede deconstruir para reconstruirlo de nuevo, cuando se toma de modelo a alguien tan valeroso, que sea digno de imitar, como lo es el Maestro de maestro, Jesucristo. Este apóstol nos enseña, además, que se puede ser una persona de bien después de haber sido tan malo, porque él, de fanático religioso y criminal pasó a ser un analista respetuoso del derecho a la vida, el amor al prójimo, la tolerancia, la libertad de creencias y la convivencia armoniosa.  

     Se convirtió, además, en maestro y practicante de la verdad absoluta de Dios. Aquella que enseña que Jesús es el Hijo de Dios, el Emanuel entre los hombres. El mesías prometido desde la antigüedad. El verbo de Dios convertido en hombre. El único salvador de la humanidad. Verdades que lo convirtió en un fiel seguidor de Cristo a través de la fe, porque nunca estuvo físicamente con él cuando estuvo en la tierra. 

     Las enseñanzas de este gran hombre aún siguen haciendo hoy estragos en los corazones de los creyentes cristianos. Estas han sobrevivido a toda clase de persecuciones y fenómenos naturales y sociales, a través del tiempo. Su fe y su obra nos inspiran a someter nuestro carácter al carácter de Cristo. A decir como él, “ya no vivo yo, vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios… (Gálatas 2:20)”.
  
     Esto no es fanatismo religioso ni pertenecer a la doctrina Y, esto es cuestión de vida, tanto para la buena convivencia en este mundo, como para la vida en la eternidad.  Es cosa de buscar el bien común, de vencer el mal con el bien; de creerle a Dios y de aceptar su gran regalo de amor (Juan 3:16), seguir sus enseñanzas y vivir por Él y para Él.
   

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