¿Qué
significa ser un discípulo?
El término discípulo viene de
la voz griega “mathetes”, que significa aprendiz, alumno o partidario. Los
griegos usaban este término para referirse a uno que aprende, y en un nivel más
comprometido se reseñaba a un “partidario”. Los Sofistas usaban el término
para referirse a un “estudiante institucional”, es decir, que estaba
matriculado en un centro de estudios. En los tiempos de Jesús se usaba en el
Helenismo para referirse simplemente a un “aprendiz”, pero, aparentemente con
mayor frecuencia a un “partidario” de un maestro sabio.
En este nuestro tiempo, el término
discípulo es más usado para referirse a los sabios de la antigüedad que aprendieron
en la escuela de un gran maestro; como es el caso de Platón y Aristóteles, por
citar un ejemplo; o para mencionar a aquel partidista que siguió las ideas de
algún pensador. Por ejemplo, los dominicanos, cuando nos referimos a los
patricios Francisco del Rosario Sanchez y Matías Ramón Mella, los resaltamos
como discípulos de Juan Pablo Duarte, porque siguieron sus ideas
independentistas.
Entre los cristianos, este concepto es muy
mencionado porque siempre se hace recuento de los doce discipulos y sus
hazañas, mencionados en la Biblia. Aquellos que, durante tres años estuvieron
al lado de Jesús, el maestro por excelencia de todos los tiempos; escuchando y aprendiendo
sus enseñanzas, y poniéndolas en práctica. Fueron los aprendices que más
adeptos conquistaron para la escuela de Jesucristo, después de que éste subió
en una nube al lado de su Padre.
Después de la ascensión de Cristo,
estos continuaron divulgando sus conceptos sobre el reino de Dios y predicando el
perdón de los pecados por medio de la sangre derramada de Jesús en su muerte de
cruz; capturando así miles y miles de nuevos creyentes (Hechos 6:7; 8:1-3), bajo una gran
persecución: encarcelamientos, azotes y muertes de algunos, que se desató
contra ellos por predicar la resurrección de Jesús. Y después de bautizarlos,
los convertían en discipulos, haciendo lo mismo que su Maestro hizo con ellos. Luego, estos ganaban también
a otros, y de discípulos pasaban a ser maestros; formando con esta
dinámica un gigantesco espiral que ha llegado hasta nuestros días, constituyendo
lo que hoy se conoce con el nombre de cristianismo.
El diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española define el discípulo como la persona que se sienta a aprender
una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de un maestro. También, lo
describe como el que sigue la opinión de una escuela, aun cuando viva en
tiempos muy posteriores a los maestros que la fundamentaron. Por el ejemplo, el
discipulado de Aristóteles, el de Platón y el de Epicuro.
Según el Nuevo Testamento, un
discípulo es la persona que sabe con certeza que Jesús es el Cristo, el enviado
de Dios a la tierra como su único Hijo, con el propósito de que todo el que
crea en sus palabras y lo reciba, sea liberado de la muerte espiritual y de la
muerte eterna (Juan 3:16). Para que sean totalmente libres a través de la única
y auténtica verdad de la humanidad, Jesucristo (Juan 8:32).
Un discípulo de Cristo es un
aprendiz que se ha sentado a escuchar las enseñanzas de Jesús sobre el reino de
Dios, los prodigios y milagros que hizo aquí en la tierra, su estilo de vida
como hombre, sus padecimientos en la cruz por el rescate de la humanidad
perdida en el huerto Edén, cuando Adán y Eva desobedecieron las ordenes de Dios,
su creador (Genesis 3:1-24).
Es una persona (niño, joven,
adulta o anciano) que está convencida que Jesús es su salvador, porque reconoce
que también es pecador/a (Romanos 3:23), y que sólo Cristo puede salvarla, y
nadie más. Por eso lo sigue arrepentido/a
de sus pecados y agradecido/a porque él lo ha perdonado/a, le ha dado una vida
nueva por medio de la fe (2 Corintios 5:17), aunque no lo vea ni nunca haya
estado cara a cara ante su presencia y sean de épocas muy remotas, una de otra.
El discípulo de Jesús está
convencido que su maestro no está muerto, que resucitó a los tres días de ser
sepultado (Mateo 28:6-7). Cree a ciegas que está vivo, sentado a la diestra del
Padre celestial (Hechos 7:55), pendiente de todo lo que hace y dice cada uno de
sus discípulos, y de cómo administran sus vidas aquí en la tierra. Así lo afirma
las Santas Escrituras. No es un cuento de camino.
Por tal razón, ese discípulo habla
todos los días con él. Busca su rostro cada mañana a través de la fe. Escudriña
las Escritura para saber más de él; y tiene pendiente el servicio a su prójimo
con amor y respeto, como lo hizo su maestro. Por fe sigue sus ideales y
enseñanzas porque quiere ser como él, vivir por él y para él. y por fe las
sigue compartiendo.
Esta convicción lo ha llevado a convertirse en un
obrero más del reino de los cielos, en obediencia al mandato del mismo Cristo
(Matee 28:18-20), llevando el evangelio a donde quiera que llega, tratando de
imitarlo en todo, porque sabe que su redentor vive y que un dia lo levantará de
su tumba para llevarlo al encuentro con él y vivir para siempre a su lado.
El Nuevo Testamento nos enseña
que para ser un discípulo de Jesucristo antes hay que dar cinco pasos:
1º. Ser
salvo por Cristo, es decir, sentir dolor por los pecados y arrepentirse de ellos (Todos
los humanos por naturaleza somos desobedientes a Dios), y luego ser bautizado
en las aguas del arrepentimiento públicamente (Marcos 16:15-16).
2º. Entender
el plan de salvación y estar seguro de que es salvo por Cristo (Romanos 8:1).
3º. Tener
una vida devocional personal, permanente, en privado con Dios, a través de la oración,
la adoración genuina y las alabanzas (Juan 4:24; Salmo 63:1).
4º. Dar
evidencias de su salvación con su forma diaria de vida pública, al estilo de
Cristo (Gálatas 2:20).
5º. Ser un fiel estudiante y conocedor de la
Palabra de Dios (1Timoteo 3:14-17) .
El verdadero discípulo no sólo
cree en los ideales de su maestro, sino que los pone en práctica y los comparte
con otros, y los defiende hasta lo sumo. Además, habla, actúa y camina sobre
las huellas de su maestro hasta la muerte. Nadie le hace cambiar de idea,
porque lo sigue por convicción no por cultura ni tradición, y por la
experiencia vivida junto a él.
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