lunes, 30 de abril de 2018

Mis relaciones como cristiano o cristiana, según la Biblia






Una mirada reflexiva a través del espejo


El espejo no guarda secretos, 
es totalmente indiscreto

Guillermina Izquierdo Reinoso

     El espejo no esconde ningún secreto. Es el objeto más indiscreto.  Para la mayoría de las mujeres, especialmente si son adolescentes o adultas jóvenes, es su mejor amigo. Lo llevan consigo a todos lados.  Hasta la pantalla de su móvil lo confunden con uno de ellos.  Mientras que, para otras es su enemigo. Lo usan con reservas y por una necesidad extrema. Temen que, al colocarse frente a él, comience a subrayarle cada uno de sus defectos y le diga- “oye, te estas poniendo vieja, … qué fea te ves…”- y se meten en pánico, entonces, comienzan a hacer planes para verse mejor. Otras, tratan de ignorarlo para evitar sus miedos.

     ¿Y que tal de los hombres?   Los narcisistas lo adoran. Cuando se encuentran con algunos de ellos no resisten la tentación de explorar cada rincón de su cuerpo. Sacan los músculos para ver cuán desarrollados están o que tan macho se ven. Para ellos no es un objeto indiscreto, sino su pana, porque le subraya lo bello de su cuerpo. Mientras que, para otros, sólo es un guía para higienizar o retirar su barba. No se detienen a meditar sobre sus defectos.

      En la Biblia encontramos un espejo especial. En la puerta del tabernáculo (Lugar donde los hebreos tenían colocada el arca del Testamento y Dios hablaba al pueblo a través del sumo sacerdote) había una fuente de bronce con su base cubierta de espejos. Esta fuente era para que Aarón y sus hijos (sacerdotes levitas) se lavaran bien las manos y los pies antes de entrar al lugar santo. Y mientras se lavaban, debían mirar a través de los espejos sus impurezas, y hasta que no estuvieran bien limpios no debían entrar, porque podían morir (Éxodo;30:17-21; 38:8;).

    No solo encontramos en la Biblia este tipo de espejo. En cada libro podemos ver varios de ellos, desde el Antiguo al Nuevo Testamento, enmarcados en la vida de hombres y mujeres históricos que le creyeron a Dios e hicieron su voluntad. Que siendo humanos tan imperfectos como nosotros/as, fueron transformados con un propósito y hoy nos sirven de espejos para ver nuestras imperfecciones en sus tres dimensiones: alma, cuerpo y espíritu, y poder convertirnos en mejores personas, que sigan también un propósito. Espejos que reflejan lo que está más allá de nuestros ojos.

   Pero hay algunos grupos extremistas que no les interesan esos espejos, sino algunos conceptos del Antiguo Testamento, a fin de satisfacer su ego; por lo que han hecho un estrato con las cosas que les conviene, creando espejos de grandeza y poder. Llegándose a creer que son los únicos dueños de Dios (Jehová, Yahvé, Alá (Allāh)). Sus favoritos. los puros. Los demás, como son infieles, no tienen derecho ni siquiera a estar vivos, y buscan todos los medios para hacerlos desaparecer de la tierra. 

   Otros diferentes a éstos, dicen creer en Dios, pero le tienen pánico a la Biblia y al concepto Cristo, porque se han encontrado con algún falso maestro que la ha fraccionado a su antojo, para manipular la voluntad de sus seguidores y hacer con ellos todo lo que satisface sus intereses, llegando hasta a escribir su propia biblia. Sus feligreses los siguen bajo hipnotismo.

    Hay quienes la leen por religiosidad o por hábitos simplemente, o al azar, o la tienen siempre abierta en el Salmo 91, como si fuera un espanta pájaros. Evitan o no les interesa detenerse ante los espejos.  Temen tener un encuentro con sigo mismos y ver todo lo que llevan por dentro. Están muy apegados a la vanidad de su mente y a la religión que le enseñaron sus ancestros, que no le permite ver mas allá de sus ojos. Se sienten bien como están, pero su espíritu no crece.  

    Cuando te encuentras ante espejos como el de Jesús o de algunos de sus discípulos, o en el espejo de los mandamientos de Moisés (dictados por Jehová Dios) y te detienes ante ellos, verás al desnudo tu alma, la manera de cómo actúa y piensa tu espíritu, y cómo anda la salud de tu cuerpo. Si reflexionas sobre tus impurezas, tu vida puede cambiar y con ella, el mundo.

   Al mirarnos en el espejo de Moisés (Éxodo 20), por ejemplo, descubrimos que matar física y/o psicológicamente a alguien está prohibido, porque la vida la da Dios, y sólo Él puede quitarla cuando quiera. Además, te puedes dar cuenta que no debes desear la mujer o el marido ajeno, porque eso es adulterio, y los adúlteros no tienen parte en el reino de los cielos. Con tan sólo desearlo en tu mente, ya estás en falta con Dios. Tampoco debes desear ningunos de sus bienes, pues cada uno tiene derecho a poseer lo suyo y a tener un rinconcito en este mundo. Y debes esforzarte para obtenerlo por tus propios medios. Esto es tratar de procurar la paz.

     Y cuando te miras en el espejo del Señor Jesús, descubres que debes perdonar a los que te ofenden, orar por los enemigos, bendecir a los que te maldicen y te ultrajan (Mateo 5:44), así como, amar a tu prójimo como te amas a ti mismo/a y  no hacer con ellos lo que no quieres que hagan contigo;  y amar a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu mente y  corazón (Marcos 12;31,33), por encima de toda la vanidad de tus pensamientos, deseos y pasiones carnales, y demás cosas.  

    Si te detienes a reflexionar ante los espejo de los profetas, cuyas voces insisten en que debes ser amable, misericordioso/a, bondadoso/a, amoroso/a, tolerante, solidario para con todas las personas que te rodean; además de que, puedes amar a tu mujer como amas y cuidas de ti mismo, que puedes amar y respetar a tu marido, y que no es difícil amar y cuidar de tus hijos e hijas sin abusar de ellos, y que los hijos deben honrar en el Señor a sus padres, para así tener éxitos en la vida y morir de vejez; entonces, empiezas a comprender que puedes darle otro giro a tu vida. Que tus imperfecciones pueden ser curadas y que puedes cambiar, y hacer que cambie el mundo.

   En la fuente del tabernáculo solamente podían lavarse Aarón y sus hijos para limpiar sus impurezas con agua. Pero cuando Jesús se entregó como ofrenda a morir en la cruz por nuestras impurezas, su sangre llenó esa fuente y la puso a disposición de todo el que recibiera su sacrificio, y por medio de la fe, se meta en ella y se lave de cuerpo entero, por dentro y por fuera, y naciera de nuevo. Pero, sin olvidar que hay un requisito previo, el mirarse en el espejo de la fuente primero, reconocer su imperfecciones, pecados y delitos, sentir dolor y arrepentirse de cada uno de ellos, para tener derecho a sumergirse luego en la fuente y salir de ella totalmente limpio a iniciar una vida nueva.

     ¡¿Por qué es tan difícil creer en esto y ponerlo en práctica?!  ¿A quién le hace daño que yo quiera ser limpio/a, diferente, transformado/a, para mi propio bien y el bienestar de los demás? ¿Por qué tenerle miedo a mirarme en los espejos de la Biblia, si soy capaz de leer todo lo que caiga en mis manos sin ningún problema y me atrevo a imitar a otros con facilidad sin tomar en cuenta que tipo de personas son? 

    ¿Por qué no indagar de manera personal sobre el carácter y la vida de Cristo, a fin de tratar de vivir y ser como él, si sus enseñanzas no son gravosas? ¿Por qué negarlo, si somos capaces de escuchar y serle fiel a las mentiras de los engañadores y manipuladores? ¿Por qué tenerle miedo a lo que refleje de mí el espejo? ¿Por qué ignorarlo, si él solo trata de mostrarme mis debilidades para que intente superarlas?

     Detengámonos ante nuestro espejo y dejemos que refleje todas nuestras impurezas, no sólo las que están a simple ojos, sino, aquellas que guardamos en el alma. Aquellos pensamientos e ideas que tenemos encerrados en nuestro espíritu que no nos dejan tener paz ni relacionarnos con respeto, tolerancia y amor con los demás. Que no nos dejan avanzar como un buen ser humano, sin egoísmo. ¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué no ir a la fuente a lavarnos? No hay nadie perfecto en este mundo. Perfecto es sólo  Dios Padre, el  Señor Jesús y el Espíritu Santo, los tres en uno que dan testimonio en el cielo.











miércoles, 11 de abril de 2018

EL ARREPENTIMIENTO DE CORAZÓN ALCANZA EL PERDÓN




¡¿Un gusto al año, no hace daño?!
¡Un gustazo, un trancazo!

Guillermina Izquierdo Reinoso

     Muchas personas usan con frecuencia dichos como: “un gusto al año no hace daño” “un gustazo, un trancazo”. Es la manera de decir- “aunque sé que hacer esto o aquello puede dañar mi cuerpo, mi alma o mi espíritu, y hasta las personas que amo, lo voy a hacer, porque un gusto en la vida vale la pena, y una vez al año no hace daño”. Sus ojos se ensanchan ante el objetivo visualizado. El corazón se agita de emoción y las maripositas revolotean en el estómago sin parar, hasta haber cumplido con el gustazo o el deseo, que casi siempre es desordenado y pecaminoso, entonces se da lo del dicho “un gustazo, un trancazo”.

      Y luego del gustazo dado nos llega el amargo sabor de lo que hicimos. Nuestra alma se entristece y pierde la paz. Nuestro espíritu nos presenta la orden “ARREPIÉNTETE”, como el titilar de una estrella grande ante nuestros ojos. El corazón nos duele. Pasamos días con un gran malestar en todo nuestro cuerpo. Hasta llegamos a decir- “me arrepiento de haber hecho esto o tal cosa”, “no debí haberme metido en esto”.

      Hay quien llega hasta arrepentirse con sinceridad y permanecer un tiempo sin volver a incurrir en el hecho. Pero como la naturaleza humana se inclina más hacia el mal, vuelve a sus mismos vómitos sin pensarlo dos veces. Mientras que, para otros, el arrepentimiento es tan fuerte que se allegan a un consejero espiritual o a un profesional de la conducta buscando ayuda para sanar, porque por sí mismo no lo pueden lograr, o simplemente confiesan su pecado al ser que ofendió, prometiendo no volver a cometer el hecho. Esperan con paciencia que el tiempo borre su amargor. Y es posible que lo logre, siempre y cuando tenga la madurez suficiente para someter su voluntad hacia el bien.

     Pero son muchos que giran dentro de un circulo vicioso de arrepentimientos y volver al gustazo, hasta que llega el día en que el gustazo, aunque cada vez más los trancazos sean más fuertes, se les convierte en algo normal o natural- “Lo que quiero lo tengo a como dé lugar, aunque me lleve quien no me trajo y aunque mi conciencia me siga diciendo, que lo que hago está mal”. Sigue en sus pasiones desordenadas y desobedeciendo a Dios, como si no tuviera que darle cuentas a nadie, y no sabe que un día todos hemos de dar cuentas a Dios de cada cosa que hicimos (Eclesiástes 11:9, Apocalipsis 20:12,13; Hebreos 9:27) y hasta de las que dejamos de hacer, que debíamos haber hecho.  

     No solo el ser humano en algún momento de su vida les llega este sentimiento, el arrepentimiento, también Dios, el creador del universo y de todo ser viviente, en varias ocasiones, se sitió dolido y arrepentido (Génesis 6:5,6) de haber creado a la especie humana, viendo que esta siempre se inclinaba a hacer el mal. Se daña a sí misma y destruye a los demás sin contemplación. Violenta con frecuencia las leyes, principios y normas establecidas por su Creador para la preservación de su vida y la buena interacción social en colectividad.

     La primera vez que Dios tuvo este sentimiento, ideó un plan para hacer desaparecer de la faz de la tierra a todo lo que había creado, no solo al ser humano, también a todos los animales, pues era grande su arrepentimiento y el dolor que sentía por haberlos creados (Génesis 6:7).  Envió un gran diluvio que no paró durante 40 días con sus noches, hasta que todo desapareció de la superficie de la tierra. Solo se salvó Noé, y con él su esposa, sus tres hijos con sus esposas y los animales seleccionados. Un hombre correcto y justo ante los ojos de Dios (Génesis 7:7,21).

     Después de este acontecimiento, Jehová Dios, volvió a tener este sentimiento. Se arrepintió de haber destruido su creación con un diluvio. Su arrepentimiento fue tan genuino, que hizo un pacto con Noé de no volver a destruir la tierra con agua. Y como recordatorio de este acuerdo hizo aparecer en las nubes un arco colorido, el cual aparece desde entonces, después de caer la lluvia, hasta hoy, conocido con el nombre de arcoíris  (Génesis 9:11-17).  De ahí el origen de este fenómeno natural.  
  
     El arrepentimiento es la alerta que nos da nuestro espíritu, impulsado por el Espíritu de Dios, cuando hemos hechos algo que nos ha producido dolor, preocupación e inquietud, que nos aleja de Dios, que daña nuestro cuerpo  y nos quita la paz.

     Jehová Dios, en su infinito amor y misericordia (Romanos 5:8)  hizo un último pacto con los seres humanos, a través de su Hijo Jesús. Lo entregó para que muriera crucificado en una cruz, en plena flor de su juventud, sin nunca haber cometido ningún tipo de delito, a fin de pagar la deuda del hombre y de la mujer que venían arrastrando desde el huerto Edén, cuando desobedecieron por primera vez a Dios.

      En este nuevo acuerdo se pacta que todo el que creyera en Jesucristo y recibiera su gran sacrificio, y se arrepintiera de todo corazón e hiciera morir su cuerpo al pecado (Romanos 8:10), éste alzaría el perdón y estaría libre de la ira venidera de Dios, que aún está vigente, a causa del dolor y el arrepentimiento que siempre ha sentido de haber creado al ser humano, por su constante desobediencia, y alcanzaría la salvación, no solo la de su alma para la vida en la eternidad, sino, para vivir armoniosamente y en amor con Dios y su prójimo durante su estadía en la tierra.  

     La persona que se contrista por sus hechos y delitos, y se arrepiente con todo su ser, y si busca el perdón de Dios con fe, de seguro que lo encontrará (Salmo 51:17). Luego, Jesucristo le da las fuerzas, si se mantiene fiel a sus enseñanzas (Filipenses 4:13), para que no vuelva a caer en el círculo vicioso del pecado, ya que Él está consiente de que somos carne, y como carne, somos muy débiles. Entonces, Espíritu Santo viene y hace su papel, le habla a esa persona para ponerla en alerta cuando se encuentre amenazada por la tentación. Le ayuda en sus debilidades e intercede por ella ante el Padre Dios (Romanos 8:26).

     El que se arrepiente de verdad de sus acciones pecaminosas, da testimonio y frutos de arrepentimiento (Mateo 3:8).  No solo dice con palabras que está arrepentido/arrepentida y que no lo volverá a hacer, sino, que hace una auto-orden de alejamiento del punto de contaminación para siempre. Pero antes, debe crucificarse con Cristo y nacer de nuevo del agua y del Espíritu, para adquirir la naturaleza de Dios, ya que hemos sido creados a su imagen y semejanza, y vivir una vida de obediencia y sometimiento a su Palabra. Y si tenemos una recaída, como puede suceder porque somos débiles, tenemos a Jesucristo, quien es nuestro abogado y nos levanta (1 Juan 2:1). Pero lo que nuca debemos hacer es pecar deliberadamente.     
   




sábado, 7 de abril de 2018


EL GRAN DILEMA DE LA IDENTIDAD
Guillermina izquierdo Reinoso

     El ser humano sostiene una lucha intensa con su identidad a largo de toda su vida. Desde los primeros años de su infancia busca un héroe para ser como él o ella.  Su favorito es el de algún rodaje televisivo acotejado a su edad. No solo quiere parecerse a él, sino que también quiere hablar como él, vestirse igual y actuar como él. Además, inspira a sus progenitores a que compren todos los objetos que los comerciantes aprovechados han elaborado sobre ese dibujo animado.  Es tan fuerte este apego, que el o la infante no se separa de su personaje ni para dormir, lo lleva con sigo a todos lados.
  
      Hay niños que quieren ser como su papá y lo imitan en casi todo lo que hace, y niñas que imitan a su mamá. Otros quieren ser como tía o tío, o como el abuelo o la abuela. Mientras que, el o la adolescente se identifica con el cante que esté de moda, o el prota o villano de la telenovela, o la serie televisiva más famosa del momento. También quiere ser como la compañerita más bonita y popular de su clase. Mientras que, el muchacho se identifica con el deportista o atleta más famoso, o el o los cantantes urbanos del momento, o simplemente quiere ser como el joven más influyente de su escuela o de su vecindario, por lo que busca la manera de andar, actuar y vestirse como él, por encima de las consecuencias que esto pueda acarrearle.

     Los estudiosos de la conducta humana señalan que todo individuo, cuando está en el proceso de desarrollar su carácter, en los primeros años de su vida, necesita interactuar con un patrón para moldearlo, ya que esta cualidad de la personalidad es una construcción influenciada por la herencia y por el medio ambiente.  Y como tal, vive en constante evolución, según las circunstancias de la época y a media que el individuo va desarrollando su conocimiento y aprendizaje, y en la manera en que interactúe socialmente con las personas de su entorno, como lo señala Vygotsky. 

     Pero esto no hace que se aleje de su deseo de siempre ser como alguien en especial. El discípulo quiere ser como su maestro. El político, el religioso y el comunitario como su máximo líder y el empleado como su patrón. La cuestión es no estar conforme con la identidad propia.

     Este dilema se presenta en todos los niveles sociales, razas y etnias.  Hay hombres que siempre buscan un amigo o compañero de trabajo, o colega a quien admiran para imitarlo casi en todo, o pone toda su atención en un líder político, con el que hacen un apego tan fuerte, que llegan a hablar, pensar y actuar como él. Lo único que vale y hacen es lo que diga esa persona, aunque no sea lo correcto.
 
     Por otro lado, está la mujer vanidosa que quiere tener el cuerpo de alguna artista o la modelo de la promoción, o como la protagonista o villana de la telenovela, o como su vecina o amiga. Quiere tener el mismo color y corte de cabello, las mismas curvas y figura del cuerpo.  Hasta los mimos muebles de la casa.

Esto nos lleva a pensar que nunca estaremos de acuerdo con nosotros mismos, con lo que somos ni conformes con lo que tenemos. Que siempre tendremos este problema. Muchos llegan hasta el suicidio porque se sintieron no ser nadie o quizás nunca procuraron tener un encuentro consigo mismo, o se metieron en una gran deuda tratando de saciar estos deseos. Y otros se convierten en terroristas fanáticos religiosos o estadistas, que por defender sus dogmas o ideales llegan hasta convertirse en una bomba humana para detonar en medio de una multitud de inocentes, muriendo en el acto junto con ellos.

      Los humanos siempre hemos luchado con interrogantes que parecieran no tener respuestas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Existe realmente Dios? Y si no encontramos las respuestas a estas preguntas, nuestra identidad siempre será nuestro gran dilema.

     Invertimos la mayor cantidad de nuestro tiempo buscando ser como alguien y se nos olvida que debemos ser como nosotros mismos. Que debemos hacer algunas paraditas de cuando en vez ("un encuentro conmigo"), a fin de evaluar cada una de nuestras acciones y observar hacia donde nos llevan y cuáles son sus resultados. Y al evaluarlas debemos preguntarnos: ¿Lo que hago me conviene? ¿Le hace bien a mi prójimo? ¿Me deja algún aprendizaje? ¿Va acorde con mi fe y mis ideales? ¿Honro a Dios, a mi patria y a mi familia? Y al reflexionar de esta manera podemos observar la dirección por la que anda nuestro carácter (actitudes, actos, hechos), ¿va por caminos del bien o por cominos del mal? 

      El apóstol Pablo pasó por esta experiencia. Antes de encontrarse con Jesucristo, era un fanático religioso, cuya identidad estaba apegada a un grupo llamado FARISEOS (Hombres dedicados a estudiar, a defender y hacer cumplir la Ley Mosaica, “La Torá”). Su fanatismo lo llevó a perseguir a todas las personas que predicaban y guardaban las enseñanzas de Jesús (Hechos 9:1-29). Los sacaba hasta de bajo de las camas, es decir, donde quiere que se escondieran, para apresarlos, encarcelarlos y hasta matarlos. Pero un día, cuando se dirigía hacia la ciudad de Damasco a ejecutar su acción, tuvo un extraordinario encuentro personal con Jesucristo, y desde entonces su vida cambió, al extremo de convertirse en una nueva persona y decir que había muerto a la Ley para vivir para Dios (Gálatas 19:20). Su identidad y carácter tomó un nuevo rumbo.

      Ya no hablaba como los Fariseos. Ya no se parecía a ellos ni actuaba como ellos. Ahora lo encontramos diciendo que se había crucificado juntamente con el Señor Jesús, y que Él había cambiado totalmente su vida. Ahora hablaba como él y enseñaba lo que él enseñó. Sus conversaciones giraban alrededor de quien ahora era su gran líder. Vivía sólo para él y trataba de actuar como él, convirtiéndose en su verdadero y auténtico discípulo, al extremo de invitar a sus seguidores a que lo imitaran, tal como él imitaba a Cristo (1 Corintios 11:1). Tan grande fue su unión con el Señor, que siempre estuvo dispuesto a morir por él. Y así murió.
     Pablo aprendió que al identificarse con Cristo su vida se encaminada siempre hacia el bien, hacia el amar, respetar y valorar la vida de las demás personas. Y en vez de llevarle la muerte a los que no pensaban como él, ahora los conducía hacia la vida.  Tal fue su unión con el Maestro, que motivaba a los creyentes de las iglesias que fundó a caminar y vivir por y para el reino de los cielos, a mantener la fe y viva la esperanza del regreso de Jesucristo, que estaba cercano, a llevarse su iglesia a morar para siempre con Él a una mejor vida.
  
     El Apóstol Pablo nos sirve de ejemplo de que el carácter se puede deconstruir para reconstruirlo de nuevo, cuando se toma de modelo a alguien tan valeroso, que sea digno de imitar, como lo es el Maestro de maestro, Jesucristo. Este apóstol nos enseña, además, que se puede ser una persona de bien después de haber sido tan malo, porque él, de fanático religioso y criminal pasó a ser un analista respetuoso del derecho a la vida, el amor al prójimo, la tolerancia, la libertad de creencias y la convivencia armoniosa.  

     Se convirtió, además, en maestro y practicante de la verdad absoluta de Dios. Aquella que enseña que Jesús es el Hijo de Dios, el Emanuel entre los hombres. El mesías prometido desde la antigüedad. El verbo de Dios convertido en hombre. El único salvador de la humanidad. Verdades que lo convirtió en un fiel seguidor de Cristo a través de la fe, porque nunca estuvo físicamente con él cuando estuvo en la tierra. 

     Las enseñanzas de este gran hombre aún siguen haciendo hoy estragos en los corazones de los creyentes cristianos. Estas han sobrevivido a toda clase de persecuciones y fenómenos naturales y sociales, a través del tiempo. Su fe y su obra nos inspiran a someter nuestro carácter al carácter de Cristo. A decir como él, “ya no vivo yo, vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios… (Gálatas 2:20)”.
  
     Esto no es fanatismo religioso ni pertenecer a la doctrina Y, esto es cuestión de vida, tanto para la buena convivencia en este mundo, como para la vida en la eternidad.  Es cosa de buscar el bien común, de vencer el mal con el bien; de creerle a Dios y de aceptar su gran regalo de amor (Juan 3:16), seguir sus enseñanzas y vivir por Él y para Él.
   

domingo, 1 de abril de 2018

Ensayo: “Explorando un mundo invisible que es totalmente real”



Guillermina Izquierdo Reinoso

 Hay un dicho antiguo que reza “cada cabeza es un mundo”. Y así es, porque cada ser humano posee un mundo invisible dentro de él, que es suyo y de nadie más, y que es real. Este mundo forma parte de cada uno de nosotros, por lo que no nos podemos separar de él, por más que así lo deseáramos, ya que forma parte de los elementos que conjugan todo nuestro ser.

 Salermo, Sorocaima (2008), dice que este mundo invisible “no puede ser detectado por nuestros cinco sentidos ni por nuestra mente, sólo puede ser revelado por nuestro sentido espiritual, es decir, por nuestra conciencia espiritual”. 

Los estudiosos del comportamiento humano han demostrado que el ser humano está compuesto por tres planos diferentes uno del otro, pero que operan totalmente en unidad. Uno apoya al otro y viceversa. Estos niveles están compuestos de la siguiente manera: el nivel FÍSICO, formado por nuestro cuerpo y sus diferentes sistemas biológicos. El nivel MENTAL, formado por nuestras emociones y el intelecto, que es nuestra potencia cognoscitiva racional que nos distingue del genero animal. Y el tercero lo forma el nivel ESPIRITUAL, que es la parte invisible.

Si estos tres niveles no funcionan en total armonía, podemos sufrir graves consecuencias producidas por la ignorancia, la cual se manifiesta en las miserias y discordias de nuestras vidas, es decir, en las desavenencias de nuestras opiniones y el mal manejo de nuestra voluntad. 

¿En que consiste el nivel espiritual?

Los diccionarios de la lengua española definen la palabra espíritu de diferentes maneras, según el contexto en que es usada. Dicen que es:
a)      un ser inmaterial que tiene razón. 
b)      el brío, ánimo, aliento, valor y el esfuerzo observado en una persona.
c)      el vigor natural y la virtud que alienta y da fuerzas al cuerpo para obrar. 
d)      Entidad abstracta tradicionalmente considerada como la parte inmaterial que, junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano. Se le atribuye la capacidad de sentir y pensar.

Sintetizando este concepto podemos decir que nuestro espirito es el nivel que mueve al cuerpo a sentir y manifestar cada una de nuestras emociones y a la mente a procesar nuestras ideas y pensamientos, además de ser responsable de todo lo que sentimos.

 Esta conceptualización sobre esta parte invisible de nuestro ser,  me lleva a reflexionar como profesionista de la educación formal por más de cuatro décadas, que los diferentes gobernantes de los pueblos que conforman las naciones del mundo de hoy, especialmente, el mundo latinoamericano, por ser al que pertenezco, desde décadas a tras  han venido dejando a un lado la formación y el desarrollo espiritual en la formación de los infantes y los adolescentes, como si estos fueran sólo cuerpo y alma, sin espíritu, por lo hoy estamos viendo y sufriendo, de una manera u otra, las consecuencias de esta ignorancia. 

 Podemos observar a individuos con una voluntad esclavizada a la violencia, sin pudor espiritual para quitarle la vida a otros sin pensarlo dos veces, sean estos infantes, ancianos u cualquier otro tipo de personas o criatura. Otros, con cuerpos encadenados a deseos y pasiones desordenadas, desbocadas, que destruyen sus propios cuerpos, su alma y su espíritu, además, acaban con sus familias y los llevan a desconocer toda autoridad. En fin, irrespetan todo lo que es ley y normas, convirtiéndose en parásitos de la sociedad.  

Y de igual manera, podemos ver otros que presentan cada día sus cuerpos cubiertos con toda elegancia y confort, nutridos con todos los manjares más costosos, disfrutando de toda la vanidad que el mundo le ofrece, con el mínimo esfuerzo, sin bajar la cabeza hacia el suelo, donde están las caras tristes y hambrientas de los más pobres.  Llevados a esa condición por ellos mismos, por los que se creen los únicos dueños del mundo. Estos arrebatan sin piedad el pan de las manos del más necesitado, los que engrosan sus bolsillos con los dineros del pueblo. Son los asesinos de la conciencia y los dioses de la miseria. 

 La Biblia, en su primer libro, capitulo 1 y 2, nos narra la manera de cómo fue creado el mundo y todo lo que en él hay. La mayoría de las cosas y las criaturas que existen nos dice que, fueron creadas por la palabra, es decir, el Creador decía- “sepárese la…, sea la…, hágase la…produzca la…”, -entre otras locuciones, y las cosas aparecían de la nada.  Pero, para hacer al primer hombre se metió en acción de construcción, dijo “Hagamos (habló en plural) al hombre a nuestra “imagen y semejanza…” (Génesis 1:26). 

 Más adelante, nos sigue narrando que tomó barro de la tierra e hicieron el primer nivel del hombre, el físico, su cuerpo con cada uno de sus órganos. Terminada esta etapa, Dios procedió a soplar la nariz de este cuerpo inanimado, transmitiéndole aliento de vida, convirtiéndolo inmediatamente en un ser viviente animado, con vigor natural, con capacidad para pensar y actuar, con voluntad, necesidades y deseos propios, quedando formado, de esta manera, los otros dos niveles de este hombre: el alma y el espíritu.  

El espíritu de una persona, aunque es invisible, es totalmente real. Es el nivel del ser humano que necesita tanto cuidado, o quizás más, como lo necesita el cuerpo y el alma, por lo que hay que desarrollar proyectos con políticas basadas en valores morales y espirituales, encaminadas hacia el desarrollo del espíritu en todo ser humano, más en sus primeras etapas de la vida, con la finalidad de que sean entes sociales de buena voluntad para con su prójimo y el medio ambiente que le rodea.

Muchas instituciones formativas, religiosas o no, atendiendo a esta necesidad en la población más joven, sólo hacen proyectos para trabajar algunos valores morales y sociales, echando a un lado los verdaderos valores espirituales, porque tienen fobia a las religiones. Y si algunos de los grupos religiosos osan atender esta parte, lo hacen de manera muy egoístas, enseñándole sus dogmas solamente para que formen parte de su colectividad, esclavizados a sus intereses.  Y esto no es cuestión de creer o formar parte de X religión, es cuestión de vida. Aunque es honesto decir que tienen puntos que ayudan en algo, aunque son muchos los tratados para destruir a otros. Pero el espíritu del ser humano representa todo su mundo, por lo que es la parte más exigente, aunque no la veamos. 

Este sólo se desarrolla y se engrandece con la virtud del verdadero amor (Gálatas 5:22). Y este amor sólo lo proporciona el Espíritu Santo de Dios, a través de la fe en Jesucristo, el gran regalo de Dios para la humanidad (Juan 3:16).  El individuo recibe este amor (por necesidad, deseo y voluntad propia) poniendo en contacto su espíritu con el Espíritu Santo, la parte de su ser invisible, pero que es real, y la que fue creada para la comunicación con el Creador, y éste lo disemina por todo su nivel físico y su plano mental. Y cuando germina, lo convierte en un ente muy especial, capaz de amar, valorar y respetar hasta la más simple y diminuta criatura.  

 Para que esto suceda es necesario la participación, en primer lugar, de la familia con sus valores, creencias y ejemplos de vida; las iglesias con sus sanas y honestas enseñanzas sobre la verdad absoluta; la escuela formando y siendo ejemplo de valores, los organismos gubernamentales con sus recursos, y todos los demás estamentos sociales según sus posibilidades. Todos volcados al desarrollo espiritual de sus pobladores, a fin de que sean entes pensantes de todo lo que es de buen nombre, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, justo, amable, puro, agradable… (como le escribe el Apóstol Pablo a los filipenses 4:8), como prioridad colectiva para vivir en paz.

 Si seguimos ignorando y descuidando la parte espiritual de las personas, vamos a continuar con la fábrica de parásitos sociales, y estos comiéndonos vivos.   

  Bibliografía
·         Salermo, Soracaime (2008). “El secreto de la vida”. San José, California.
·         La Nueva Biblia Latinoamericana 
·         Diccionario de la Real Academia Española


¡Imposible no verte!