lunes, 30 de abril de 2018
Una mirada reflexiva a través del espejo
El
espejo no guarda secretos,
es totalmente indiscreto
Guillermina Izquierdo Reinoso
El espejo no esconde ningún
secreto. Es el objeto más indiscreto. Para
la mayoría de las mujeres, especialmente si son adolescentes o adultas jóvenes,
es su mejor amigo. Lo llevan consigo a todos lados. Hasta la pantalla de su móvil lo confunden
con uno de ellos. Mientras que, para
otras es su enemigo. Lo usan con reservas y por una necesidad extrema. Temen
que, al colocarse frente a él, comience a subrayarle cada uno de sus defectos y
le diga- “oye, te estas poniendo vieja, …
qué fea te ves…”- y se meten en pánico, entonces, comienzan a hacer planes
para verse mejor. Otras, tratan de ignorarlo para evitar sus miedos.
¿Y que tal de los hombres? Los narcisistas lo adoran. Cuando se
encuentran con algunos de ellos no resisten la tentación de explorar cada
rincón de su cuerpo. Sacan los músculos para ver cuán desarrollados están o que
tan macho se ven. Para ellos no es un objeto indiscreto, sino su pana, porque
le subraya lo bello de su cuerpo. Mientras que, para otros, sólo es un guía
para higienizar o retirar su barba. No se detienen a meditar sobre sus
defectos.
En la Biblia encontramos un
espejo especial. En la puerta del tabernáculo (Lugar donde los hebreos tenían colocada el arca del Testamento y Dios hablaba al
pueblo a través del sumo sacerdote) había una fuente de bronce con su base cubierta de
espejos. Esta fuente era para que Aarón y sus hijos (sacerdotes levitas) se
lavaran bien las manos y los pies antes de entrar al lugar santo. Y mientras se
lavaban, debían mirar a través de los espejos sus impurezas, y hasta que no
estuvieran bien limpios no debían entrar, porque podían morir (Éxodo;30:17-21; 38:8;).
No solo encontramos en la
Biblia este tipo de espejo. En cada libro podemos ver varios de ellos, desde el
Antiguo al Nuevo Testamento, enmarcados en la vida de hombres y mujeres
históricos que le creyeron a Dios e hicieron su voluntad. Que siendo humanos tan
imperfectos como nosotros/as, fueron transformados con un propósito y hoy nos
sirven de espejos para ver nuestras imperfecciones en sus tres dimensiones: alma,
cuerpo y espíritu, y poder convertirnos en mejores personas, que sigan también
un propósito. Espejos que reflejan lo que está más allá de nuestros ojos.
Pero hay algunos grupos extremistas
que no les interesan esos espejos, sino algunos conceptos del Antiguo Testamento,
a fin de satisfacer su ego; por lo que han hecho un estrato con las cosas que
les conviene, creando espejos de grandeza y poder. Llegándose a creer que son
los únicos dueños de Dios (Jehová, Yahvé, Alá (Allāh)). Sus favoritos. los puros. Los demás,
como son infieles, no tienen derecho ni siquiera a estar vivos, y buscan todos
los medios para hacerlos desaparecer de la tierra.
Otros diferentes a éstos, dicen
creer en Dios, pero le tienen pánico a la Biblia y al concepto Cristo, porque
se han encontrado con algún falso maestro que la ha fraccionado a su antojo, para
manipular la voluntad de sus seguidores y hacer con ellos todo lo que satisface
sus intereses, llegando hasta a escribir su propia biblia. Sus feligreses los
siguen bajo hipnotismo.
Hay quienes la leen por
religiosidad o por hábitos simplemente, o al azar, o la tienen siempre abierta
en el Salmo 91, como si fuera un espanta pájaros. Evitan o no les interesa detenerse ante los
espejos. Temen tener
un encuentro con sigo mismos y ver todo lo que llevan por dentro. Están muy
apegados a la vanidad de su mente y a la religión que le enseñaron sus ancestros, que no le permite ver mas allá de sus ojos. Se sienten bien como están, pero su espíritu no
crece.
Cuando te encuentras ante
espejos como el de Jesús o de algunos de sus discípulos, o en el espejo de los
mandamientos de Moisés (dictados por Jehová Dios) y te detienes ante ellos, verás
al desnudo tu alma, la manera de cómo actúa y piensa tu espíritu, y cómo anda
la salud de tu cuerpo. Si reflexionas sobre tus impurezas, tu vida puede cambiar
y con ella, el mundo.
Al mirarnos en el espejo de
Moisés (Éxodo 20), por ejemplo, descubrimos que matar física y/o psicológicamente a alguien
está prohibido, porque la vida la da Dios, y sólo Él puede quitarla cuando
quiera. Además, te puedes dar cuenta que no debes desear la mujer o el marido
ajeno, porque eso es adulterio, y los adúlteros no tienen parte en el reino de
los cielos. Con tan sólo desearlo en tu mente, ya estás en falta con Dios.
Tampoco debes desear ningunos de sus bienes, pues cada uno tiene derecho a
poseer lo suyo y a tener un rinconcito en este mundo. Y debes esforzarte para
obtenerlo por tus propios medios. Esto es tratar de procurar la paz.
Y cuando te miras en el espejo
del Señor Jesús, descubres que debes perdonar a los que te ofenden, orar por
los enemigos, bendecir a los que te maldicen y te ultrajan (Mateo 5:44), así
como, amar a tu prójimo como te amas a ti mismo/a y no hacer con ellos lo que no quieres que hagan
contigo; y amar a Dios con todas tus
fuerzas, con toda tu mente y corazón (Marcos
12;31,33), por encima de toda la vanidad de tus pensamientos, deseos y pasiones
carnales, y demás cosas.
Si te detienes a reflexionar
ante los espejo de los profetas, cuyas voces insisten en que debes ser amable,
misericordioso/a, bondadoso/a, amoroso/a, tolerante, solidario para con todas
las personas que te rodean; además de que, puedes amar a tu mujer como amas y
cuidas de ti mismo, que puedes amar y respetar a tu marido, y que no es difícil
amar y cuidar de tus hijos e hijas sin abusar de ellos, y que los hijos deben
honrar en el Señor a sus padres, para así tener éxitos en la vida y morir de
vejez; entonces, empiezas a comprender
que puedes darle otro giro a tu vida. Que tus imperfecciones pueden ser curadas
y que puedes cambiar, y hacer que cambie el mundo.
En la fuente del tabernáculo
solamente podían lavarse Aarón y sus hijos para limpiar sus impurezas con agua.
Pero cuando Jesús se entregó como ofrenda a morir en la cruz por nuestras
impurezas, su sangre llenó esa fuente y la puso a disposición de todo el que
recibiera su sacrificio, y por medio de la fe, se meta en ella y se lave de
cuerpo entero, por dentro y por fuera, y naciera de nuevo. Pero, sin olvidar
que hay un requisito previo, el mirarse en el espejo de la fuente primero,
reconocer su imperfecciones, pecados y delitos, sentir dolor y arrepentirse de
cada uno de ellos, para tener derecho a sumergirse luego en la fuente y salir
de ella totalmente limpio a iniciar una vida nueva.
¡¿Por qué es tan difícil creer en esto y
ponerlo en práctica?! ¿A quién le hace
daño que yo quiera ser limpio/a, diferente, transformado/a, para mi propio bien
y el bienestar de los demás? ¿Por qué tenerle miedo a mirarme en los espejos de
la Biblia, si soy capaz de leer todo lo que caiga en mis manos sin ningún problema
y me atrevo a imitar a otros con facilidad sin tomar en cuenta que tipo de personas son?
¿Por qué no indagar de manera
personal sobre el carácter y la vida de Cristo, a fin de tratar de vivir y ser
como él, si sus enseñanzas no son gravosas? ¿Por qué negarlo, si somos capaces
de escuchar y serle fiel a las mentiras de los engañadores y manipuladores?
¿Por qué tenerle miedo a lo que refleje de mí el espejo? ¿Por qué ignorarlo, si
él solo trata de mostrarme mis debilidades para que intente superarlas?
Detengámonos ante nuestro espejo
y dejemos que refleje todas nuestras impurezas, no sólo las que están a simple
ojos, sino, aquellas que guardamos en el alma. Aquellos pensamientos e ideas
que tenemos encerrados en nuestro espíritu que no nos dejan tener paz ni
relacionarnos con respeto, tolerancia y amor con los demás. Que no nos dejan avanzar como
un buen ser humano, sin egoísmo. ¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué no ir a la
fuente a lavarnos? No hay nadie perfecto en este mundo. Perfecto es sólo Dios Padre, el Señor Jesús y el Espíritu Santo, los tres en
uno que dan testimonio en el cielo.
miércoles, 11 de abril de 2018
EL ARREPENTIMIENTO DE CORAZÓN ALCANZA EL PERDÓN
¡¿Un
gusto al año, no hace daño?!
¡Un
gustazo, un trancazo!
Guillermina Izquierdo Reinoso
Muchas personas usan con frecuencia dichos
como: “un gusto al año no hace daño” “un
gustazo, un trancazo”. Es la manera de decir- “aunque sé que hacer esto o aquello puede dañar mi cuerpo, mi alma o mi espíritu, y hasta las personas que amo, lo voy a hacer, porque un gusto en la
vida vale la pena, y una vez al año no hace daño”. Sus ojos se ensanchan
ante el objetivo visualizado. El corazón se agita de emoción y las maripositas
revolotean en el estómago sin parar, hasta haber cumplido con el gustazo o el
deseo, que casi siempre es desordenado y pecaminoso, entonces se da lo del dicho
“un gustazo, un trancazo”.
Y
luego del gustazo dado nos llega el amargo sabor de lo que hicimos. Nuestra
alma se entristece y pierde la paz. Nuestro espíritu nos presenta la orden “ARREPIÉNTETE”, como el titilar de una estrella grande ante nuestros ojos. El
corazón nos duele. Pasamos días con un gran malestar en todo nuestro cuerpo.
Hasta llegamos a decir- “me arrepiento de
haber hecho esto o tal cosa”, “no debí haberme metido en esto”.
Hay
quien llega hasta arrepentirse con sinceridad y permanecer un tiempo sin volver
a incurrir en el hecho. Pero como la naturaleza humana se inclina más hacia el
mal, vuelve a sus mismos vómitos sin pensarlo dos veces. Mientras que, para
otros, el arrepentimiento es tan fuerte que se allegan a un consejero
espiritual o a un profesional de la conducta buscando ayuda para sanar, porque
por sí mismo no lo pueden lograr, o simplemente confiesan su pecado al ser que
ofendió, prometiendo no volver a cometer el hecho. Esperan con paciencia que el
tiempo borre su amargor. Y es posible que lo logre, siempre y cuando tenga la
madurez suficiente para someter su voluntad hacia el bien.
Pero son muchos que giran dentro de un
circulo vicioso de arrepentimientos y volver al gustazo, hasta que llega el día
en que el gustazo, aunque cada vez más los trancazos sean más fuertes, se les
convierte en algo normal o natural- “Lo
que quiero lo tengo a como dé lugar, aunque me lleve quien no me trajo y aunque
mi conciencia me siga diciendo, que lo que hago está mal”. Sigue en sus
pasiones desordenadas y desobedeciendo a Dios, como si no tuviera que darle
cuentas a nadie, y no sabe que un día todos hemos de dar cuentas a Dios de cada
cosa que hicimos (Eclesiástes 11:9, Apocalipsis 20:12,13; Hebreos 9:27) y hasta
de las que dejamos de hacer, que debíamos haber hecho.
No solo el ser humano en algún momento de
su vida les llega este sentimiento, el arrepentimiento, también Dios, el
creador del universo y de todo ser viviente, en varias ocasiones, se sitió dolido
y arrepentido (Génesis 6:5,6) de haber creado a la especie humana, viendo que
esta siempre se inclinaba a hacer el mal. Se daña a sí misma y destruye a los
demás sin contemplación. Violenta con frecuencia las leyes, principios y normas
establecidas por su Creador para la preservación de su vida y la buena interacción
social en colectividad.
La primera vez que Dios tuvo este
sentimiento, ideó un plan para hacer desaparecer de la faz de la tierra a todo
lo que había creado, no solo al ser humano, también a todos los animales, pues
era grande su arrepentimiento y el dolor que sentía por haberlos creados (Génesis 6:7). Envió un gran diluvio que no paró
durante 40 días con sus noches, hasta que todo desapareció de la superficie de
la tierra. Solo se salvó Noé, y con él su esposa, sus tres hijos con sus esposas y los animales seleccionados. Un hombre correcto y justo ante los ojos
de Dios (Génesis 7:7,21).
Después de este acontecimiento, Jehová
Dios, volvió a tener este sentimiento. Se arrepintió de haber destruido su creación con un diluvio. Su arrepentimiento fue tan genuino, que hizo un pacto
con Noé de no volver a destruir la tierra con agua. Y como recordatorio de
este acuerdo hizo aparecer en las nubes un arco colorido, el cual aparece desde
entonces, después de caer la lluvia, hasta hoy, conocido con el nombre de
arcoíris (Génesis 9:11-17). De ahí el
origen de este fenómeno natural.
El arrepentimiento es la alerta que nos
da nuestro espíritu, impulsado por el Espíritu de Dios, cuando hemos hechos
algo que nos ha producido dolor, preocupación e inquietud, que nos aleja de
Dios, que daña nuestro cuerpo y nos quita la paz.
Jehová Dios, en su infinito amor y misericordia (Romanos 5:8) hizo un último pacto con los seres humanos, a través de su Hijo Jesús. Lo
entregó para que muriera crucificado en una cruz, en plena flor de su juventud, sin nunca
haber cometido ningún tipo de delito, a fin de pagar la deuda del hombre y de
la mujer que venían arrastrando desde el huerto Edén, cuando desobedecieron por
primera vez a Dios.
En
este nuevo acuerdo se pacta que todo el que creyera en Jesucristo y recibiera
su gran sacrificio, y se arrepintiera de todo corazón e hiciera morir su cuerpo
al pecado (Romanos 8:10), éste alzaría el perdón y estaría libre de la ira
venidera de Dios, que aún está vigente, a causa del dolor y el arrepentimiento
que siempre ha sentido de haber creado al ser humano, por su constante desobediencia,
y alcanzaría la salvación, no solo la de su alma para la vida en la eternidad,
sino, para vivir armoniosamente y en amor con Dios y su prójimo durante su estadía en la tierra.
La persona que se contrista por sus hechos
y delitos, y se arrepiente con todo su ser, y si busca el perdón de Dios con
fe, de seguro que lo encontrará (Salmo 51:17). Luego, Jesucristo le da las fuerzas, si se mantiene fiel a
sus enseñanzas (Filipenses 4:13), para que no vuelva a caer en el círculo
vicioso del pecado, ya que Él está consiente de que somos carne, y como carne, somos muy débiles. Entonces, Espíritu Santo viene y hace su papel, le habla a esa persona para ponerla en alerta cuando se
encuentre amenazada por la tentación. Le ayuda en sus debilidades e intercede por ella ante el Padre Dios (Romanos 8:26).
El que se arrepiente de verdad de sus
acciones pecaminosas, da testimonio y frutos de arrepentimiento (Mateo 3:8). No solo dice con palabras que está arrepentido/arrepentida y que no lo volverá a hacer, sino, que hace una auto-orden de alejamiento del
punto de contaminación para siempre. Pero antes, debe crucificarse con Cristo y
nacer de nuevo del agua y del Espíritu, para adquirir la naturaleza de Dios, ya
que hemos sido creados a su imagen y semejanza, y vivir una vida de obediencia
y sometimiento a su Palabra. Y si tenemos una recaída, como puede suceder
porque somos débiles, tenemos a Jesucristo, quien es nuestro abogado y nos
levanta (1 Juan 2:1). Pero lo que nuca debemos hacer es pecar deliberadamente.
lunes, 9 de abril de 2018
sábado, 7 de abril de 2018
EL
GRAN DILEMA DE LA IDENTIDAD
Guillermina izquierdo Reinoso
El ser humano sostiene una lucha intensa con su identidad a largo de toda
su vida. Desde los primeros años de su infancia busca un héroe para ser como él
o ella. Su favorito es el de algún
rodaje televisivo acotejado a su edad. No solo quiere parecerse a él, sino que
también quiere hablar como él, vestirse igual y actuar como él. Además, inspira
a sus progenitores a que compren todos los objetos que los comerciantes
aprovechados han elaborado sobre ese dibujo animado. Es tan fuerte este apego, que el o la infante
no se separa de su personaje ni para dormir, lo lleva con sigo a todos lados.
Hay niños que quieren ser como su papá y lo
imitan en casi todo lo que hace, y niñas que imitan a su mamá. Otros quieren
ser como tía o tío, o como el abuelo o la abuela. Mientras que, el o la
adolescente se identifica con el cante que esté de moda, o el prota o villano
de la telenovela, o la serie televisiva más famosa del momento. También quiere
ser como la compañerita más bonita y popular de su clase. Mientras que, el muchacho
se identifica con el deportista o atleta más famoso, o el o los cantantes
urbanos del momento, o simplemente quiere ser como el joven más influyente de
su escuela o de su vecindario, por lo que busca la manera de andar, actuar y
vestirse como él, por encima de las consecuencias que esto pueda acarrearle.
Los estudiosos de la conducta humana señalan que todo individuo, cuando
está en el proceso de desarrollar su carácter, en
los primeros años de su vida, necesita interactuar con un patrón para moldearlo,
ya que esta cualidad de la personalidad es una construcción influenciada por la
herencia y por el medio ambiente. Y como
tal, vive en constante evolución, según las circunstancias de la época y a
media que el individuo va desarrollando su conocimiento y aprendizaje, y en la
manera en que interactúe socialmente con las personas de su entorno, como lo
señala Vygotsky.
Pero esto no hace que se aleje de su deseo de siempre ser como alguien
en especial. El discípulo quiere ser como su maestro. El político, el religioso
y el comunitario como su máximo líder y el empleado como su patrón. La cuestión
es no estar conforme con la identidad propia.
Este dilema se presenta en todos los niveles sociales, razas y etnias. Hay hombres que siempre buscan un amigo o
compañero de trabajo, o colega a quien admiran para imitarlo casi en todo, o pone
toda su atención en un líder político, con el que hacen un apego tan fuerte,
que llegan a hablar, pensar y actuar como él. Lo único que vale y hacen es lo
que diga esa persona, aunque no sea lo correcto.
Por otro lado, está la mujer vanidosa que quiere tener el cuerpo de
alguna artista o la modelo de la promoción, o como la protagonista o villana de
la telenovela, o como su vecina o amiga. Quiere tener el mismo color y corte de
cabello, las mismas curvas y figura del cuerpo.
Hasta los mimos muebles de la casa.
Esto nos lleva a pensar que nunca estaremos
de acuerdo con nosotros mismos, con lo que somos ni conformes con lo que tenemos.
Que siempre tendremos este problema. Muchos llegan hasta el suicidio porque se sintieron
no ser nadie o quizás nunca procuraron tener un encuentro consigo mismo, o se
metieron en una gran deuda tratando de saciar estos deseos. Y otros se convierten
en terroristas fanáticos religiosos o estadistas, que por defender sus dogmas o
ideales llegan hasta convertirse en una bomba humana para detonar en medio de una
multitud de inocentes, muriendo en el acto junto con ellos.
Los humanos siempre hemos luchado con interrogantes que parecieran no
tener respuestas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Existe
realmente Dios? Y si no encontramos las respuestas a estas preguntas, nuestra
identidad siempre será nuestro gran dilema.
Invertimos la mayor cantidad de nuestro tiempo buscando ser como
alguien y se nos olvida que debemos ser como nosotros mismos. Que debemos hacer
algunas paraditas de cuando en vez ("un encuentro conmigo"), a fin de evaluar
cada una de nuestras acciones y observar hacia donde nos llevan y cuáles son
sus resultados. Y al evaluarlas debemos preguntarnos: ¿Lo que hago me conviene?
¿Le hace bien a mi prójimo? ¿Me deja algún aprendizaje? ¿Va acorde con mi fe y
mis ideales? ¿Honro a Dios, a mi patria y a mi familia? Y al reflexionar de
esta manera podemos observar la dirección por la que anda nuestro carácter
(actitudes, actos, hechos), ¿va por caminos del bien o por cominos del mal?
El apóstol Pablo pasó por esta experiencia. Antes de encontrarse con
Jesucristo, era un fanático religioso, cuya identidad estaba apegada a un grupo
llamado FARISEOS (Hombres dedicados a estudiar,
a defender y hacer cumplir la Ley Mosaica, “La Torá”). Su fanatismo lo llevó a
perseguir a todas las personas que predicaban y guardaban las enseñanzas de
Jesús (Hechos 9:1-29). Los sacaba hasta de bajo de las camas, es decir, donde
quiere que se escondieran, para apresarlos, encarcelarlos y hasta matarlos.
Pero un día, cuando se dirigía hacia la ciudad de Damasco a ejecutar su acción,
tuvo un extraordinario encuentro personal con Jesucristo, y desde entonces su
vida cambió, al extremo de convertirse en una nueva persona y decir que había
muerto a la Ley para vivir para Dios (Gálatas 19:20). Su identidad y carácter
tomó un nuevo rumbo.
Ya no hablaba como los Fariseos. Ya no se
parecía a ellos ni actuaba como ellos. Ahora lo encontramos diciendo que se había
crucificado juntamente con el Señor Jesús, y que Él había cambiado totalmente
su vida. Ahora hablaba como él y enseñaba lo que él enseñó. Sus conversaciones giraban
alrededor de quien ahora era su gran líder. Vivía sólo para él y trataba de actuar
como él, convirtiéndose en su verdadero y auténtico discípulo, al extremo de invitar a sus seguidores a que lo imitaran, tal como él imitaba a Cristo (1 Corintios
11:1). Tan grande fue su unión con el Señor, que siempre estuvo dispuesto a
morir por él. Y así murió.
Pablo aprendió que al identificarse con Cristo su vida se encaminada siempre
hacia el bien, hacia el amar, respetar y valorar la vida de las demás personas. Y en
vez de llevarle la muerte a los que no pensaban como él, ahora los conducía
hacia la vida. Tal fue su unión con el
Maestro, que motivaba a los creyentes de las iglesias que fundó a caminar y
vivir por y para el reino de los cielos, a mantener la fe y viva la esperanza
del regreso de Jesucristo, que estaba cercano, a llevarse su iglesia a morar
para siempre con Él a una mejor vida.
El Apóstol Pablo nos sirve de ejemplo de que el carácter se puede
deconstruir para reconstruirlo de nuevo, cuando se toma de modelo a alguien tan
valeroso, que sea digno de imitar, como lo es el Maestro de maestro,
Jesucristo. Este apóstol nos enseña, además, que se puede ser una persona de
bien después de haber sido tan malo, porque él, de fanático religioso y
criminal pasó a ser un analista respetuoso del derecho a la vida, el amor al
prójimo, la tolerancia, la libertad de creencias y la convivencia armoniosa.
Se convirtió, además, en maestro y
practicante de la verdad absoluta de Dios. Aquella que enseña que Jesús es el
Hijo de Dios, el Emanuel entre los hombres. El mesías prometido desde la
antigüedad. El verbo de Dios convertido en hombre. El único salvador de la
humanidad. Verdades que lo convirtió en un fiel seguidor de Cristo a través de
la fe, porque nunca estuvo físicamente con él cuando estuvo en la tierra.
Las enseñanzas de este gran hombre aún siguen haciendo hoy estragos en
los corazones de los creyentes cristianos. Estas han sobrevivido a toda clase
de persecuciones y fenómenos naturales y sociales, a través del tiempo. Su fe y
su obra nos inspiran a someter nuestro carácter al carácter de Cristo. A decir
como él, “ya no vivo yo, vive Cristo en
mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios…
(Gálatas 2:20)”.
Esto no es fanatismo religioso ni pertenecer a la doctrina Y, esto es
cuestión de vida, tanto para la buena convivencia en este mundo, como para la vida
en la eternidad. Es cosa de buscar el
bien común, de vencer el mal con el bien; de creerle a Dios y de aceptar su
gran regalo de amor (Juan 3:16), seguir sus enseñanzas y vivir por Él y para
Él.
domingo, 1 de abril de 2018
Ensayo: “Explorando un mundo invisible que es totalmente real”
Guillermina
Izquierdo Reinoso
Hay
un dicho antiguo que reza “cada cabeza es
un mundo”. Y así es, porque cada ser humano posee un mundo invisible dentro
de él, que es suyo y de nadie más, y que es real. Este mundo forma parte de
cada uno de nosotros, por lo que no nos podemos separar de él, por más que así
lo deseáramos, ya que forma parte de los elementos que conjugan todo nuestro
ser.
Salermo,
Sorocaima (2008), dice que este mundo invisible “no puede ser detectado por nuestros cinco sentidos ni por nuestra mente,
sólo puede ser revelado por nuestro sentido espiritual, es decir, por nuestra
conciencia espiritual”.
Los estudiosos del comportamiento humano han demostrado que el ser humano está compuesto por tres planos diferentes uno del otro, pero que operan totalmente en unidad. Uno apoya al otro y viceversa. Estos niveles están compuestos de la siguiente manera: el nivel FÍSICO, formado por nuestro cuerpo y sus diferentes sistemas biológicos. El nivel MENTAL, formado por nuestras emociones y el intelecto, que es nuestra potencia cognoscitiva racional que nos distingue del genero animal. Y el tercero lo forma el nivel ESPIRITUAL, que es la parte invisible.
Los estudiosos del comportamiento humano han demostrado que el ser humano está compuesto por tres planos diferentes uno del otro, pero que operan totalmente en unidad. Uno apoya al otro y viceversa. Estos niveles están compuestos de la siguiente manera: el nivel FÍSICO, formado por nuestro cuerpo y sus diferentes sistemas biológicos. El nivel MENTAL, formado por nuestras emociones y el intelecto, que es nuestra potencia cognoscitiva racional que nos distingue del genero animal. Y el tercero lo forma el nivel ESPIRITUAL, que es la parte invisible.
Si
estos tres niveles no funcionan en total armonía, podemos sufrir graves
consecuencias producidas por la ignorancia, la cual se manifiesta en las
miserias y discordias de nuestras vidas, es decir, en las desavenencias de
nuestras opiniones y el mal manejo de nuestra voluntad.
¿En que consiste el nivel espiritual?
Los
diccionarios de la lengua española definen la palabra espíritu de diferentes
maneras, según el contexto en que es usada. Dicen que es:
a) un ser inmaterial que tiene razón.
b) el brío, ánimo, aliento, valor y el esfuerzo observado en una persona.
c) el vigor natural y la virtud que alienta y da fuerzas al cuerpo para obrar.
d) Entidad abstracta tradicionalmente considerada como la parte inmaterial que, junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano. Se le atribuye la capacidad de sentir y pensar.
a) un ser inmaterial que tiene razón.
b) el brío, ánimo, aliento, valor y el esfuerzo observado en una persona.
c) el vigor natural y la virtud que alienta y da fuerzas al cuerpo para obrar.
d) Entidad abstracta tradicionalmente considerada como la parte inmaterial que, junto con el cuerpo o parte material, constituye el ser humano. Se le atribuye la capacidad de sentir y pensar.
Sintetizando
este concepto podemos decir que nuestro espirito es el nivel que mueve al
cuerpo a sentir y manifestar cada una de nuestras emociones y a la mente a
procesar nuestras ideas y pensamientos, además de ser responsable de todo lo
que sentimos.
Esta
conceptualización sobre esta parte invisible de nuestro ser, me lleva a reflexionar como profesionista de
la educación formal por más de cuatro décadas, que los diferentes gobernantes
de los pueblos que conforman las naciones del mundo de hoy, especialmente, el
mundo latinoamericano, por ser al que pertenezco, desde décadas a tras han venido dejando a un lado la formación y
el desarrollo espiritual en la formación de los infantes y los adolescentes,
como si estos fueran sólo cuerpo y alma, sin espíritu, por lo hoy estamos
viendo y sufriendo, de una manera u otra, las consecuencias de esta ignorancia.
Podemos observar a individuos con una voluntad
esclavizada a la violencia, sin pudor espiritual para quitarle la vida a otros
sin pensarlo dos veces, sean estos infantes, ancianos u cualquier otro tipo de
personas o criatura. Otros, con cuerpos encadenados a deseos y pasiones
desordenadas, desbocadas, que destruyen sus propios cuerpos, su alma y su
espíritu, además, acaban con sus familias y los llevan a desconocer toda
autoridad. En fin, irrespetan todo lo que es ley y normas, convirtiéndose en
parásitos de la sociedad.
Y de igual manera, podemos ver otros que
presentan cada día sus cuerpos cubiertos con toda elegancia y confort, nutridos
con todos los manjares más costosos, disfrutando de toda la vanidad que el
mundo le ofrece, con el mínimo esfuerzo, sin bajar la cabeza hacia el suelo, donde
están las caras tristes y hambrientas de los más pobres. Llevados a esa condición por ellos mismos,
por los que se creen los únicos dueños del mundo. Estos arrebatan sin piedad el
pan de las manos del más necesitado, los que engrosan sus bolsillos con los
dineros del pueblo. Son los asesinos de la conciencia y los dioses de la
miseria.
La Biblia, en su primer libro, capitulo 1 y 2, nos narra la manera de cómo fue creado el mundo y todo lo que en él hay. La mayoría de las cosas y las criaturas que existen nos dice que, fueron creadas por la palabra, es decir, el Creador decía- “sepárese la…, sea la…, hágase la…produzca la…”, -entre otras locuciones, y las cosas aparecían de la nada. Pero, para hacer al primer hombre se metió en acción de construcción, dijo “Hagamos (habló en plural) al hombre a nuestra “imagen y semejanza…” (Génesis 1:26).
La Biblia, en su primer libro, capitulo 1 y 2, nos narra la manera de cómo fue creado el mundo y todo lo que en él hay. La mayoría de las cosas y las criaturas que existen nos dice que, fueron creadas por la palabra, es decir, el Creador decía- “sepárese la…, sea la…, hágase la…produzca la…”, -entre otras locuciones, y las cosas aparecían de la nada. Pero, para hacer al primer hombre se metió en acción de construcción, dijo “Hagamos (habló en plural) al hombre a nuestra “imagen y semejanza…” (Génesis 1:26).
Más adelante, nos sigue narrando que tomó
barro de la tierra e hicieron el primer nivel del hombre, el físico, su cuerpo con
cada uno de sus órganos. Terminada esta etapa, Dios procedió a soplar la nariz
de este cuerpo inanimado, transmitiéndole aliento de vida, convirtiéndolo
inmediatamente en un ser viviente animado, con vigor natural, con capacidad
para pensar y actuar, con voluntad, necesidades y deseos propios, quedando
formado, de esta manera, los otros dos niveles de este hombre: el alma y el
espíritu.
El
espíritu de una persona, aunque es invisible, es totalmente real. Es el nivel
del ser humano que necesita tanto cuidado, o quizás más, como lo necesita el
cuerpo y el alma, por lo que hay que desarrollar proyectos con políticas basadas
en valores morales y espirituales, encaminadas hacia el desarrollo del espíritu
en todo ser humano, más en sus primeras etapas de la vida, con la finalidad de que
sean entes sociales de buena voluntad para con su prójimo y el medio ambiente
que le rodea.
Muchas
instituciones formativas, religiosas o no, atendiendo a esta necesidad en la
población más joven, sólo hacen proyectos para trabajar algunos valores morales
y sociales, echando a un lado los verdaderos valores espirituales, porque
tienen fobia a las religiones. Y si algunos de los grupos religiosos osan
atender esta parte, lo hacen de manera muy egoístas, enseñándole sus dogmas solamente
para que formen parte de su colectividad, esclavizados a sus intereses. Y esto no es cuestión de creer o formar parte
de X religión, es cuestión de vida. Aunque es honesto decir que tienen puntos que
ayudan en algo, aunque son muchos los tratados para destruir a otros. Pero el
espíritu del ser humano representa todo su mundo, por lo que es la parte más exigente,
aunque no la veamos.
Este
sólo se desarrolla y se engrandece con la virtud del verdadero amor (Gálatas
5:22). Y este amor sólo lo proporciona el Espíritu Santo de Dios, a través de
la fe en Jesucristo, el gran regalo de Dios para la humanidad (Juan 3:16). El individuo recibe este amor (por necesidad,
deseo y voluntad propia) poniendo en contacto su espíritu con el Espíritu Santo,
la parte de su ser invisible, pero que es real, y la que fue creada para la
comunicación con el Creador, y éste lo disemina por todo su nivel físico y su
plano mental. Y cuando germina, lo convierte en un ente muy especial, capaz de
amar, valorar y respetar hasta la más simple y diminuta criatura.
Para que esto suceda es necesario la participación, en primer lugar, de la familia con sus valores, creencias y ejemplos de vida; las iglesias con sus sanas y honestas enseñanzas sobre la verdad absoluta; la escuela formando y siendo ejemplo de valores, los organismos gubernamentales con sus recursos, y todos los demás estamentos sociales según sus posibilidades. Todos volcados al desarrollo espiritual de sus pobladores, a fin de que sean entes pensantes de todo lo que es de buen nombre, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, justo, amable, puro, agradable… (como le escribe el Apóstol Pablo a los filipenses 4:8), como prioridad colectiva para vivir en paz.
Si
seguimos ignorando y descuidando la parte espiritual de las personas, vamos a
continuar con la fábrica de parásitos sociales, y estos comiéndonos vivos.
Bibliografía
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Salermo, Soracaime (2008). “El secreto de
la vida”. San José, California.
·
La Nueva Biblia Latinoamericana
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Diccionario de la Real Academia Española
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